José Luis Parra
Hubo un tiempo en que las reinas de belleza reinaban solo en el escenario. Hoy, en la 4T, coronarse ya no es un premio… es un presagio.
La historia de Fátima Bosch, Miss Universo 2025, parecería —a simple vista— la típica narrativa de esfuerzo, pasarela y encanto tropical. Tabasqueña, guapa, sonriente, mediática. Pero debajo del rimel hay petróleo. Y debajo del vestido guinda, una estampa que se parece peligrosamente al color de un partido.
Dicen que México ganó una corona en Miss Universo. Tal vez. Lo que también ganó fue un nuevo capítulo en la historia de símbolos que ya no se usan para representar al país, sino para operar políticamente. Como si el certamen internacional hubiera sido el nuevo set de propaganda nacional.
Fátima no solo es sobrina de una figura prominente de la 4T (la exsenadora y ahora titular del INDEP, Mónica Fernández Balboa). No. Ella es, literalmente, la encarnación estética del proyecto: tabasqueña como el caudillo, guinda como el partido, mediática como cualquier mañanera.
Ahí estaba, ataviada con un vestido rojo moreno —el mismo color del poder en turno— desfilando como si llevara, no solo la banda de México, sino también la banda presidencial en clave de tul y lentejuela.
Y por si fuera poco, ya hay quien dice que la elección estuvo “apadrinada” por intereses de Pemex y operadores políticos. El certamen, aseguran algunos jueces que renunciaron, “ya venía arreglado”. ¿Es posible que también aquí se haya aplicado la vieja máxima del huachicol: vaciar un sistema para llenarlo con gasolina adulterada?
Fátima ganó. Morena aplaudió. Y el pueblo, como siempre, dividió opiniones.
Pero esta victoria estética podría encerrar una profecía política. México ganó una corona en Miss Universo… ¿y perderá una corona más importante en 2027? La del poder. La del control. La del dominio simbólico que se empieza a resquebrajar justo cuando más se presume.
La historia mexicana es adicta a sus símbolos. Y también a sus contradicciones. El país que exalta la belleza femenina mientras ignora la violencia contra las mujeres. El país que celebra un vestido guinda en una pasarela mientras silencia el guinda de la sangre en las calles. El país que manda reinas al universo, pero regresa migrantes en cajas.
Por eso, Fátima no solo es Miss Universo. Es Miss Huachicol: la reina de un sistema que se abastece de símbolos para encubrir las fugas. De ahí que el escándalo no sea su victoria —que bien puede ser legítima—, sino el uso inmediato, sin filtro, que hizo el poder para colgarse la corona ajena.
Y como si fuera capítulo de libro escolar, esta historia repite el guion de una monarquía moderna: una mujer guapa, un partido político hambriento de imagen positiva, una maquinaria de difusión masiva, y una ciudadanía acostumbrada a que el entretenimiento reemplace al análisis.
¿Se cumplirá la profecía? ¿Perderá la 4T su corona real después de haber ganado esta corona simbólica? El tiempo lo dirá. Pero por ahora, el espectáculo sigue: en las pasarelas y en el Congreso.
A México lo gobierna una reina con vestido guinda. Y mientras tanto, la verdadera corona —la del poder político— ya empieza a tambalearse.





