José Luis Parra
La 4T se metió en un callejón sin salida y, como siempre, lo más fácil es culpar a los demás. A los agricultores que no quieren morirse de hambre. A los transportistas que se hartaron de pagar cuotas oficiales y extraoficiales. A los jóvenes que no compran la idea de que el país va rumbo al paraíso prometido. Todos ellos, sospechosos habituales de desestabilización.
Pero si hay una chispa que podría incendiar la pradera, es la torpeza gubernamental disfrazada de firmeza.
Desde Palacio Nacional se baraja la carta del castigo ejemplar para los rebeldes. Que paguen con cárcel su osadía de protestar. Que sirvan de escarmiento para que nadie más se atreva. Que el miedo haga lo que el convencimiento ya no puede.
El problema es que los insurrectos de hoy son los mismos que ayer apoyaron al movimiento. La generación Z, curtida en TikTok pero con corazón punk, ya dejó claro que no se rinde. Los del campo, con la tierra en las manos y la rabia en la mirada, tampoco. Y los transportistas, curtidos en carreteras y extorsiones, no están para aguantar una vuelta más de tuerca.
¿Y mañana? ¿Quién sigue? ¿Los maestros? ¿Los médicos? ¿Los burócratas que siguen esperando que les cumplan? La fila es larga y avanza rápido.
La 4T podría estar fabricando, sin querer queriendo, una revolución en tiempos de luna de miel. Porque gobernar, señora presidenta, no es lo mismo que marchar. Y tampoco es lo mismo tener el poder que saber usarlo.
Pero eso lo entenderá cuando ya sea tarde. Por lo pronto, los cambios en el gabinete ya se cocinan a fuego lento. Gobernación, Pemex, Educación… nombres que empiezan a circular con insistencia. Y el de Omar García Harfuch, alias “Batman”, como posible supersecretario con el control de la política interna y de la seguridad, lo dice todo.
Si Claudia lo deja operar a ese nivel, significará una sola cosa: no quiere o no puede gobernar. Y si lo hace para complacer a Donald Trump, entonces ya no hablamos de soberanía, sino de sumisión. A ver qué opina el caudillo.
Porque una cosa es rendirle cuentas al jefe político, y otra muy distinta es que te dicte la agenda desde su rancho o desde Washington.
El escenario es volátil. Una mezcla peligrosa de jóvenes sin miedo, agricultores sin futuro, transportistas sin tregua y un gabinete sin rumbo. Si esa bomba estalla, no habrá Batman que salve el día.
Y mientras tanto, el Poder Legislativo convertido en club privado para la élite que no legisla, y el Judicial en modesto cobrador del SAT. ¿Dónde quedó la división de poderes? ¿Dónde la democracia?
Alguien debería recordarle a la presidenta que el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado… o estalla.





