José Luis Parra
No es temporada de aguinaldos, sino de advertencias. Y AMLO, aunque ya empacaba para su finca de Palenque, decidió que todavía no es momento de decir adiós. Porque el protagonismo —más adictivo que el poder— tira fuerte. Y López Obrador no está dispuesto a ceder el escenario, ni siquiera a su sucesora. Mucho menos a los gringos.
Claudia Sheinbaum celebrará este 6 de diciembre su misa de “siete años de transformación”. Pero no estará sola en el altar. Su padrino político acaba de presentarse con un libro bajo el brazo y con un aire de “no he terminado”. Porque no ha terminado. Y puede que no quiera hacerlo.
¿Desconfía AMLO del estilo técnico y moderado de Claudia? ¿Siente pasos en la azotea por parte del Tío Sam? ¿Le preocupa que lo del huachicol termine en Netflix con subtítulos en inglés? Puede que todo eso junto. Pero la señal es clara: no hay retiro, hay retorno. Y en una de esas, revancha.
Y es que del otro lado del río (o del Potomac), la agenda también se mueve. Trump soltó de la cárcel al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, acusado de narco. Lo hizo justo cuando se calienta el rancho en Venezuela con amenazas de intervención contra el Cártel de los Soles. Y mientras tanto, en México, la DEA se achica y la CIA crece. Oficinas nuevas, agentes nuevos. Se habla de 120 enviados de Langley haciendo base en el país. Bienvenidos, turistas armados.
El cambio de mando entre agencias también se siente en Palacio Nacional. En voz baja, se dice que la 4T ya le abrió la puerta a la CIA y le cerró el paso a la DEA. La narrativa soberanista se desmorona cuando hay que elegir entre dos tipos de espionaje.
¿Y qué viene ahora? Quizá expedientes. Quizá testimonios. Ovidio, los hijos del Chapo, El Mayo… La línea es tenue entre el rumor y la orden judicial. Y si no llega la embajada prometida como regalo de retiro, podría llegar un citatorio como pesadilla navideña.
A todo esto, ¿de qué tamaño será el susto si el expediente lo abre el tigre gringo y no la justicia mexicana? Porque ya no hablamos de política, sino de supervivencia. De vendettas camufladas de cooperación internacional.
Y mientras tanto, la DEA en silencio, la CIA en modo expansión y el ex presidente en modo reaparición. Porque Santa Claus este año no viene de rojo, sino de guerrillero. Con barba, sí, pero más cerca de Fidel que de Coca-Cola. Y con la bolsa llena de advertencias, no de juguetes.
México, como siempre, al centro del tablero.
Y si el tigre se desata —el del norte, el interno, o el judicial—, a ver quién tiene el valor (o la embajada) para volverlo a encerrar.





