Anahí García Jáquez/Soma
Una batalla tras otra es un trabajo del reconocido y laureado director estadounidense Paul Thomas Anderson, quien se inspira en la novela Vineland de su paisano Thomas Pynchon (y de quien adaptó Inherent Vice en el 2014), además de apoyarse en un elenco multiestelar, para contarnos la historia de Bob (Leonardo di Caprio), miembro de un grupo revolucionario llamado Los 75 Franceses, los cuales se dedican a protestar utilizando el ataque como método teniendo como líder del mismo a Perfidia (Teyana Taylor), con quien Bob se involucra sentimentalmente.
Cuando deciden liberar presos de un centro de detención en la frontera México-Estados Unidos, se enfrentan al coronel Steven Lockjaw (Sean Penn), quien es humillado por Perfidia, dando pie a una persecución que lleva a la pareja a huir y esconderse. Bob y Perfidia se convierten en padres de una bebé llamada Willa (Chase Infiniti), criada sólo por él pues la madre huye dejando atrás a su familia, la cual será amenazada por Lockjaw y su sed de venganza.
Es así como Bob tiene que salir de su escondite y reencontrarse con su lucha y con la gente que lo acompañó en ese camino y, una vez que vuelve a la carga, se conecta con esa parte de sí mismo así como con el Sensei Sergio St Carlos (Benicio del Toro) , un maestro de artes marciales quien será su aliado y mentor en esta lucha, y junto con Deandra (Regina Hall), la miembro de los Franceses 75 quien se encarga de cuidar a Willa, enfrentan al coronel Lockjaw, quien va detrás de la chica.
Esta cinta, que posee un ritmo vertiginoso, nos muestra cómo es la vida de un revolucionario: su forma de pensar y ver la vida, que consiste en planear y en andar a salto de mata siempre, pero siempre llevando por delante sus ideales, que es lo más importante y, a veces, lo único que tienen. Una vez que han visto la peor cara de la ley, son invadidos por la paranoia y desconfían hasta de su sombra, que es justo lo que le sucede al protagonista, cuyas adicciones a las drogas y al alcohol le exacerban su delirio de persecución –o quizá ese delirio es el causante de sus vicios- y lo incapacitan para la vida normal y hasta para hacer lo que siempre hizo, que fue pelear por una causa.
Es así como se nos habla de cómo es que, a pesar de que es un mundo que conocía, en términos de resistencia, a la vez ya no es el mismo lugar, por lo que Bob tiene que adaptarse y a marchas forzadas, pues el tiempo está en su contra. Así mismo, también se nos habla de la relación padre e hija que, de por sí compleja, lo es aún más en las circunstancias en las que les ha tocado vivir a Bob y a Willa, quien ha tenido que crecer sin su madre quien por querer salvar a otros se separa de su hija, y cuya figura paterna dista mucho de ser la ideal, pero que sería capaz de todo con tal de salvaguardarla de cualquier peligro aunque no se halle en plenitud de facultades.
Leonardo di Caprio da una excelente actuación como Bob, un guerrillero que abraza la paternidad con la misma pasión que lo hace con todo aquello en lo que cree, aunque sus capacidades estén ya disminuidas, por lo que provee de momentos por demás cómicos al filme. Es notable la conexión que tiene con Chase Infititi, quien interpreta a su hija Willa, siendo el corazón de la película las escenas en las que ambos interactúan, pues el amor entre ambos es completamente creíble. Esta joven actriz, a pesar de su corta experiencia, destaca dentro de este elenco al igual que Teyana Taylor, cuya Perfidia es sin duda alguna, el personaje con más matices pues es imposible amarla u odiarla en su totalidad, así como justificar sus acciones.
Benicio del Toro, como el sensei de Bob y maestro de artes marciales de Willa, está excelente en su papel de cuasi gurú que tiene el poder de calmar a Bob, así como Regina Hall, quien como Deandra nos da todo un universo de emociones que recorre durante la película. Pero quien sin duda se lleva las palmas es Sean Penn, pues su Coronel Lockjaw, que por momentos raya en lo caricaturesco, es un conjunto de micro y macroexpresiones que dan como resultado un ser humano tan ridículo que raya en lo patético, cuyas ansias de poder lo llevan a violar reglas y a exhibirlo como un racista que busca reconocimiento de sus iguales y sus superiores.
Visualmente hablando, este film es rico debido a que, como fue filmado en diferentes puntos de la Unión Americana, el espectador tiene la oportunidad de ver carreteras cuyos paisajes son enormemente fotografiados por Michael Bowman, quien recurre al formato VistaVision, traído de vuelta por El brutalista, y nos trae una serie de imágenes claras y que ayudan a contar la historia, pues el ritmo veloz de la misma va de la mano con la acción mostrada en cámara, la cual está libre de efectos especiales lo cual se agradece, además de que la edición realizada por Andy Jurgensen nos va dando la información necesaria para así tener una comprensión plena del relato.
La música incidental está a cargo de Jonny Greenwood, quien al igual que Bowman ya ha colaborado antes con este director, y que contribuye para crear la atmósfera a través del sonido del piano, el cual provee de tensión, ansiedad y suspenso a la narrativa.
Una batalla tras otra se perfila desde ya como una fuerte contendiente para muchas categorías en las más importantes entregas de premios que están a la vuelta de la esquina, pues ha sido recibida con los brazos abiertos por la crítica, la cual alaba este filme en su conjunto y no separando sus elementos, ya que la suma de sus partes nos da como resultado una película que plasma realidades que están a simple vista, sobre todo en estos tiempos.
Se nos muestra en pantalla la polarización en la que vive ya la sociedad estadounidense, las batallas que se libran en nombre de la justicia tratando de velar siempre por los menos afortunados, la gente que lucha y que en nombre de ello, deja su vida y su mundo atrás aunque a veces sea más lo que pierda que lo que gane, la impotencia que se genera al interior de quienes entregan todo y observan con desconsuelo que nada cambia y, si cambia, es para mal.
Este filme es poderoso en mensaje y en imágenes, cuyo ritmo jamás cae en sus dos horas y cuarenta minutos de duración siendo esa extraña combinación de buena película que divierte, y que va llevando al espectador en un viaje por este submundo en el que los buenos y los malos pelean, a ratos causando risas y a ratos generando conciencia y dejando reflexiones muy profundas en medio de su visceralidad y su tono fársico, siempre mostrando la maestría que tiene ya Paul Thomas Anderson y poniendo de manifiesto su talento y su habilidad para contar historias. La redención y la condenación van de la mano y estos personajes la van buscando y la encuentran, no de la manera que ellos desearían sino como siempre estuvo destinado a ser.
