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- ¿Transportistas van al ‘Coruco’ Díaz?
El futbol es lo más importante de lo menos importante.
Jorge Valdano
El estadio que ordenó reconstruir a sobreprecio Graco Ramírez —«No nos clavamos la lana como el gobernador anterior», significa que también lo hizo, pero a diferente medida— debe estar lleno para la despedida política —al fin— del peor gobernador de la historia de Morelos, Cuauhtémoc Blanco.
—No hicimos obras tan grandes, se disculpó Blanco ayer. El estadio de Zacatepec —«Se está cayendo el ‘Coruco’»— marcó un antes y un después del entonces peor gobernador del estado, el hijo del teniente Ramírez, hasta que lo rebasó su sucesor.
Los servicios de logística gubernamental recibieron la orden de llenar como sea el ‘Coruco’ Díaz, en el adiós que sin duda será sentido del futbolista promedio en la zona donde se juega el peor futbol del mundo: Norteamérica, Centroamérica y el Caribe.
Sábado y domingo venideros habrá partidos —el cuadrangular será entre Guadalajara, América, Cruz Azul y Universidad Nacional, equipos no reconocidos legalmente—, y los boletos van de 52.50 a los 210 pesos, vía electrónica, muy caro para ver a jugadores en retiro que pocos figuraron en sus buenos tiempos, veteranos, con sobrepeso y alguna minusvalía.
La liza deportiva, bajo patrocinio de Concord —Cuauhtémoc se pone más guapo de lo que está prestando el coso de Escuadrón 201—, la única marca que probó patrocinar a El 10 americanista, tiene un trasfondo de política suave: una cortina de humo para su escapatoria de Morelos.
Así llegó en 2015 a Cuernavaca, jugando futbol. No debía ser diferente su retiro, si es su hábitat. No debió meterse a la política, mamá Hortensia se lo recriminó —«¡Para qué te metes ahí, cabrón!»—, pero siete millones de pesos que le pagaron los hermanos Yáñez para ser candidato, lo convencieron —«Me pongo el traje de buzo y todo se me resbala»—. En nueve años decayeron Cuernavaca y Morelos, con él como autor material de la decadencia, con diablitos intelectuales al hombro —«Tengo los pantalones bien puestos»—.
Incumplió El 10 todos sus compromisos, hasta con los transportistas que prometió incrementar otros dos pesos la tarifa del servicio este año. La mayoría de concesionarios y choferes le van al América —¿un chafirete yéndole a Pumas?—, y sus ídolos máximos son Reinoso, Borja y Zelada, pero ya no Cuauhtémoc, a quien odian. Manden guardias y policías, no sea que los transportistas le echen a perder la fiesta de despedida al orgullo de Tlatilco e ídolo de Tepito.
No defendió a nadie de la violencia, como prometió —«voy a defenderlos como defendí la playera de la selección nacional»—, pero se gastó los más de 15 mil millones de pesos destinados a garantizar la seguridad de todos —«No estoy cruzado de brazos».
Estadio lleno. Porras, música, calor. Botanas, sopas Maruchan y cervezas. Invitados especiales. Cámaras de televisión. Venta de camisetas y banderines. Fotografías, autógrafos. Glorias del balompié nacional. Diarios y noticiarios deportivos. La voz del estadio Azteca —«Mete un golazo, un golazo Tutsi pop, informa»—, Paco Reyes, narrando el juego [«última pregunta, por favor», ordenaba a reporteros que entrevistaban a su jefe y que nunca le hicieron caso]. El 10 va a dar vuelta al estadio, el público de pie. Entrevistas, lágrimas. ¿Qué puede salir mal?
Él se va «feliz y contento». Con la frente cada vez más arriba a consecuencia de la alopecia. No hizo nada a favor de Cuernavaca y Morelos porque nueve años se fueron muy rápido. «Como decimos en el futbol», no le dio tiempo de nada. Sólo jugó 17 cascaritas y metió once goles, cuatro de tiro penal, y firmó decenas y decenas de camisetas y se tomó muchas fotografías, sonriendo y abrazando, hasta con tres cabecillas de igual número de grupos de la economía ilegal.