Estado, Patria, Nación, Soberanía, Democracia, Representación Nacional y otras frases, vocablos y fantasías sin sentido sólo sirven a filósofos, líderes religiosos, políticos y gente pedante para pretender asegurar y legitimar la dominación sobre los pueblos “ignorantes”.
Bertrand Russell, en su libro My Philosophical Developement, escribió dos párrafos que tendrían que leer los expertos en redactar los discursos de los políticos de todos los signos ideológicos:
Uno: “Los filósofos y la gente pedante tienden generalmente a vivir una vida dominada por las palabras, e incluso a olvidar que la función esencial de las palabras es tener una relación de una clase u otra con los hechos que, en general, no son lingüísticos. Algunos filósofos modernos han llegado tan lejos como a decir que las palabras nunca debieran confrontarse con los hechos, sino vivir en un mundo puro, autónomo, donde solamente fueran comparadas con otras palabras.
El segundo párrafo de Russell recuerda que “Las palabras, desde las más remotas edades de que tengamos memoria histórica, han sido objeto de temor supersticioso. El hombre que conocía el nombre de su enemigo podía adquirir, mediante aquél, poderes mágicos sobre él. Todavía actualmente usamos frases como “en el nombre de la ley”.
El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades; el asesinato, respetable, y dar la apariencia de solidez al viento, advierte por su lado el gran George Orwell en su obra Politics and the English Language.
La reflexión del empleo de las palabras como medios de dominación, que ya ha sido tratada magistralmente por el doctor Clemente Valdés Sánchez, catedrático de varias universidades europeas, en su obra “Del lenguaje para someter a los pueblos”, cae como anillo al dedo de los políticos del Partido Revolucionario Institucional que están reinstalándose en el poder gubernamental y que están utilizando el mismo discurso demagógico, hueco, sin sentido que utilizaron sus antepasados hasta hace 12 años, un lenguaje que se antoja medio perverso para someter a los mexicanos. Son discursos que dan por hecha una fantasiosa realidad. Inclusive, asumen el papel de profetas, como ese vaticinio recogido ayer por los medios de que “México será una potencia mundial en turismo”.
Las cámaras legislativas son el escenario más plástico del uso de palabras fantasiosas. Palabra y realidad se hacen uno, se funden, se confunden. Experto en ello es el líder de la mayoría en la de Diputados, Manlio Fabio Beltrones Rivera, o el de la fracción perredista en la de Senadores, Luis Miguel Barbosa, pero ningún diputado ni ningún senador se libra de la simulación y del populismo verborreico.
En el poder judicial ocurre también que magistrados y jueces emplean un glosario palabras sin sentido para argumentar en favor o en contra de una causa, y de ello sobran los casos ejemplares. El más patético del pasado reciente es el del proceso en el que la Corte amparó a la presunta secuestradora Florence Cassez, que le otorgó la libertad absoluta sin que quedará claro si es culpable o no de la autoría de los delitos por los que fue encarcelada y condenada a 60 años de cautiverio.
Es preocupante esta simulación, sobre todo escuchando diariamente al presidente de la república, Enrique Peña Nieto, cuya oratoria nos recuerda los tiempos más demagógicos de la política mediática priísta. El señor presidente tiene una antología de palabras, vocablos, frases, tesis fantasiosas, inexistentes, manipuladoras que tiene revisar y desechar si quiere mantener la credibilidad. La vacuidad fue documentada inclusive por la empresa AdQat, en una evaluación difundida el 28 de diciembre del año pasado, que puede usted consultar en el sitio web http://adqat.org/adqat/evaluaciones-de-discurso/politica/item/evaluacion-de-68-discursos-de-enrique-pena-nieto-2012
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