RODOLFO VILLARREAL RÍOS
El domingo anterior, repasábamos las noticias que daban cuenta de cómo, sus captores, le suministraban la extremaunción al otrora poderosísimo Partido Revolucionario Institucional. En ese contexto, no pudimos sino comentar cómo fue posible que un personaje con una estatura intelectual tan menor como lo es el ciudadano Alejandro Moreno Cárdenas haya sido capaz de lograr lo que, cuando ejercían el mando del Poder Ejecutivo, intentaron personajes con una inteligencia mucho muy superior a la suya como lo son Carlos Salinas De Gortari y Ernesto Zedillo Ponce De León.
Al observar el comportamiento de los transgresores y secuaces quienes han sometido al PRI hasta tenerlo a las puertas del sepulcro, no pudimos sustraernos a recordar algo que, en relación con el Partido Liberal, leíamos en las páginas de El Monitor Republicano en su edición del 30 de enero de 1880. Antes de que usted, lector amable, vaya a imaginar que ahora si nos quitamos la careta y resultamos viajeros en el tiempo, permítanos decirle que para nada, simplemente que nuestro oficio de historiadores nos lleva a revisar publicaciones de otras eras y hay algunos escritos que se quedan fijos en el disco duro. Vayamos al texto en comento.
Era el penúltimo día del primer mes de 1880, el otrora héroe del 2 de abril estaba por terminar su mandato y andaba preocupado por quién lo iba a suceder. Aquello, sin embargo, no era nada más de entregar el mando y vámonos a la chin…, perdón, pero el subconsciente es como un duende que de la nada se hace presente. Decíamos que José de la Cruz Porfirio Díaz Mori concluía su mandato y no quería que le fuera a saltar algún infiel. Bajo esa premisa, varios se planteaban cómo habría de darse el cambio de presidente.
Las elecciones se realizarían a finales de junio y la efervescencia política ya estaba en punto de ebullición. En ese contexto, el escritor, periodista, catedrático, político y un sinfín de cosas más, el tapatío de origen, José María Vigil Orozco, en su columna “Boletín del Monitor”, realizaba un análisis a partir de la disputa que se generaba entre miembros del Partido Liberal para definir a quien escogerían como su candidato, previa aprobación de don Porfirio. Pero esto vendría después, lo que Vigil hacía era examinar lo que sucedía en esa lucha interpartidista.
Reconocía que las alianzas entre grupos pertenecientes a un mismo partido político era algo normal que se produjeran. Indicaba que: “Resta saber en qué términos se ha dado la mencionada liga, la cual es el fin que se propone y de que medios se valdrá para realizarlo. En este punto el negocio es algo más difícil pues tendrá que tropezar con obstáculos insuperables, que surjan del antagonismo entre intereses que no es posible conciliar”.
Mencionaba cuán fácil era que eso se suscitara “entre miembros de un partido propiamente dicho, que aspiran a conquistar algunos de esos principios de aspiración social o política; pero cuando en el seno de un mismo partido se forman distintas fracciones, separadas únicamente por las aspiraciones personales de los jefes que las acaudillan y a cuya sombra nacen las tendencias secundarias que las apoyan y sostienen por móviles semejantes, entonces la cuestión cambia enteramente de aspecto, y las ligas que se forman quedan subordinadas a las diversas circunstancias que surgen con el curso de los acontecimientos y hacen punto menos que posible esa uniformidad de acción que se requiere para obtener un éxito favorable en cualquier empresa”. Palabras del anteayer, pero de actualidad plena en el presente para cualquier instituto político, independientemente de la ideología que lo caracterice. Pero retornemos al Partido Liberal del anteayer.
Vigil señalaba con toda precisión que: “Mientras que el Partido Liberal no se reconstruya sobres sus bases naturales, dejando a un lado la cuestión de las personas que da origen a los círculos en que hoy se halla dividido, y contando como elemento principal el apoyo de la opinión pública, no será posible llegar a un estado satisfactorio para el país, y veremos constantemente que en cada crisis electoral se convierte en inagotable germen de discordias…” Hasta parece que el texto fue escrito el domingo anterior por la mañana y no hace ciento cuarenta y cuatro años.
No obstante que, para 1880, apenas había trascurrido cincuenta y nueve años de vida independiente, la nación ya había visto cualquier tipo de situaciones derivadas de la división y las ambiciones personales. Basado en ello, el escritor tapatío no tenía empacho en señalar” “Parécenos que nuestra historia nos ofrece bastantes y dolorosos ejemplos [de lo apuntado en al párrafo anterior], y sería tiempo que nuestros hombres públicos hicieran un esfuerzo por encarrilar la política por un camino diverso al que hasta ahora se ha seguido…”.
De continuar por ese sendero, afirmaba Vigil, a lo único que nos llevará será a consumir las “fuerzas vitales en luchas estriles y que no consiente que la paz, la libertad y el orden lleguen a fundarse sobre bases suficientemente sólidas… [lo cual habrá] de conducir tarde o temprano a una irremediable catástrofe”. Tras de esa admonición, procedía a realizar un reconocimiento sobre el estado de las cosas y una reflexión sobre lo que sería conveniente realizar.
Señalaba que “reducida la política a intereses egoístas que sirven de núcleo a fracciones más o menos numerosas, se nos presentan desde luego dos grandes campos: el gobierno y la oposición. El carácter que estas dos entidades asumen en los países bien construidos es siempre favorable para la sociedad; porqué existiendo partidos en la verdadera acepción de la palabra, el que se encuentra en el poder trabajara por desarrollar las ideas que forman su programa, mientras que los que figuran en la política militante procuran obrar principalmente sobre la opinión pública, defendiendo la superioridad de sus teoría, sabiendo que su triunfo depende de que la sociedad se declare en favor de ellas”. Ni quien dude de la validez teórica de lo planteado por don José María a quien le dio por seguir planteando como deberían de ser las cosas.
En ese sentido, indicaba que el triunfo de uno u otro partido no son sino la determinación del pueblo una vez que ha evaluado las propuestas que se le presentaba. Desde su perspectiva, “ni el partido que triunfa debe de envanecerse con la victoria, considerándola exclusivamente como una obra propia, ni el partido vencido tiene motivo para alimentar odio contra el vencedor, pues abriga la convicción de que no es la fuerza material o las malas artes de una fuerza política determinada la que le ha hecho fracasar en su empresa, sino la Nación ante cuyas decisiones soberanas no hay interés que prevalezca”. Y seguía por el camino de lo que debería de ser.
Indicaba que: “El triunfo de los partidos en el caso que venimos suponiendo es, por decirlo así, condicional; puesto que si una entidad política se convierte en gobierno, es en tanto que así lo resuelve la voluntad general, y esta sólo se determina por el programa que constituye el pensamiento y única razón de ser de los partidos”. Y para llegar al extremo de la ilusión, el nativo de Guadalajara, planteaba que: “En tal situación no es fácil el abuso gubernamental porque el poder tiene la conciencia de la misión que se le ha confiado, y que no puede abandonar a la hora que mejor le acomode para seguir sus propias inspiraciones; existe una dependencia intina entre el gobernante y su partido, y entre este y la Nación, estableciéndose una cadena perfectamente unida, en que ningún eslabón puede escaparse del lugar que le está asignado”.
Acto seguido procedió a señalar que “tal es el mecanismo de los partidos en los países por el que se rigen por instituciones democráticas, así es como se mantienen incólumes el orden y la libertad, esos dos elementos indispensables para la conservación de las sociedades, que impiden a la vez el despotismo y la licencia, degeneraciones que enferman y matan a los pueblos. La marcha regular de estos no se perturba por ningún conflicto que sacando de quicio los diversos elementos sociales, hagan que choquen entre sí para producir ruinas y desorden, desgracias y miserias incalculables”. A la luz de ello, Vigil procedía a develar nuestra realidad.
Tenía que reconocer que “las consideraciones que preceden, bastan para comprender cuán lejos estamos del verdadero camino que nos pueda conducir a buen puerto, las pocas esperanzas que hay de que la situación cambie radicalmente. El espíritu que domina en nuestra política esteriliza esas grandes aspiraciones que elevan a las sociedades a la cumbre de la prosperidad y el bienestar”.
Ante eso, don José María ya había planteado, en su Boletín del 2 de enero de 1880, que “…ese gran resultado [el engrandecimiento de la nación] no podrá obtenerse mientras que el Partido Liberal fraccionado en círculos hostiles, se olvide de sus antecedentes y razón de ser; en otros términos, mientras no se reconstruya sobre sus bases naturales, abjurando ese espíritu de personalismo al que se sacrifican los más preciosos intereses de la nación. Un partido verdaderamente político obra siempre de la misma manera, sea que se encuentre en la prosperidad, o en la desgracia, en los campamentos o en las asambleas; porque siempre se muestra inspirado en la misma idea y se dirige al objeto.
Un partido en esas condiciones busca a sus hombres, no para subordinarse a sus caprichos, sino para imponerles la línea de conducta que deben de seguir, de tal suerte que, si alguna vez se separan de ella, no tiene más que aguardar que el castigo de su traición. Así es como concebimos un partido político, así es como queremos ver al Partido Liberal”. Palabras validas en el anteayer y hoy, pero poco seguidas por los ambiciosos que conciben un partido político como un botín para evitar castigos o hacerse de recursos pecuniarios. Los Liberales que controlaban el partido, en 1880, operaron con una perspectiva estrictamente individual.
Ellos, acorde con lo que Vigil escribió el 16 de junio de 1880, actuaban bajo la premisa del “personalismo, esa tendencia a subordinar el bien general a los intereses privados de los caudillos cuya elevación procuran sus parciales por cuanto medios lícitos o ilícitos están a su alcance; esa falsa idea que se tiene de que el partidario debe abdicar toda independencia en aras de una subordinación ilimitada respecto del jefe que una vez se ha escogido; esa práctica abusiva y antidemocrática de convertir los círculos políticos en facciones individualistas que siguen en todo y por todo las aspiraciones de sus patrones, pues consideran como compromiso sagrado el hacer causa común con él, siguiéndole, si es preciso, en los mayores errores y aberraciones que tan frecuentemente son por desgracia en nuestros hombres públicos”.
Si bien, en 1880, Manuel del Refugio González Flores arribó a la presidencia bajo la bandera del Partido Liberal, esa sería la vez última en que la obtuvieran. Después de ello, dado que tanto dirigentes como miembros antepusieron sus intereses personales, el Partido Liberal se extinguió y, a partir de 1884 y por los próximos 27 años, no hubo más voluntad que la del presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori.
.En estos momentos en que los priistas, como dijera el clásico, “han sacado sus fierros como queriendo pelear…”, les recomendaríamos que leyeran, en el contexto de los tiempos actuales, analizaran y aprendieran de memoria el discurso que el coahuilense más ilustre el México post revolucionario, Manuel Pérez Treviño, pronunciara el 4 de marzo de 1929 cuando se fundaba el antecedente ideológico del PRI, el Partido Nacional Revolucionario.
En dicha pieza, entre otras cosas, apuntaba: “Si… por abandono de la línea del deber, si porque las ambiciones del poder se impongan sobre los dictados del interés público, si se olvidan los principios y se detiene el movimiento vigoroso de renovación alcanzado…entonces, la responsabilidad del fracaso, de la desorganización, de la pérdida de vidas y de esfuerzos y de sangre, caerá sobre los hombres de la Revolución, no para manchar la doctrina ni la virtud de sus postulados, sino para inculpar a los que no supieron tener el desinterés necesario ni contener las ambiciones inherentes a su condición de hombres”. Ante esto, les hacia una recomendación.
“Como las luchas políticas y las discusiones alrededor de personas acaloran y excitan, y casi siempre hacen perder la serenidad que la Revolución reclama imperativamente para la constitución de su partido, el comité, por mi conducto, hace a todos los compañeros aquí reunidos un llamado hacia la serenidad, hacia el desinterés, hacia la abstracción de asuntos de carácter personalista, para que, en un ambiente de la mayor cordialidad, puedan exponerse y discutirse los asuntos fundamentales de doctrina”. Y sí, los fundadores del PNR fueron capaces de arreglar sus diferencias, entre otras cosas porque había dirigentes con un concepto claro de lo que buscaban para la nación y no andaban tratando de fundar un partido para convertirlo en un negocio particular. Ellos eran hombres de acción que se habían ido a jugar la vida con el objetivo de realizar un cambio positivo en el estado de cosas del país y, además, tenían concebido un proyecto de Nación mediante la creación del Estado Mexicano Moderno, ese que permitió al país crecer y desarrollarse a pesar de lo que, ahora, digan los cortos de memoria.
¿Alguien puede creer que los captores de ahora tengan interés por algo más que administrar los recursos que les genera estar al frente de una franquicia política? Dado que la respuesta a lo anterior es un rotundo no, pareciera ser que el destino del Partido Revolucionario Institucional, el cual en sus tres etapas construyó el Estado Mexicano Moderno, va a ser similar al del Partido Liberal que fue el edificador de la Nación y acabó extinguiéndose por no haber sido capaces sus dirigentes de anteponer el bien de la Nación al de sus ambiciones particulares y con ello, dieron pie a la instauración de una dictadura. en descarga de la grandeza de ambos partidos, debemos de apuntar que cuando la crisis les llegó, quienes integraban sus dirigencias no eran ni siquiera una caricatura de aquellos que los encabezaron en sus años de grandeza.
Y como colofón a todo lo mencionado, recurriremos a citar a alguien quien no es precisamente de nuestros personajes admirados, el abuelo de su nieto, Ireneo Paz Flores. Este personaje, el 3 de enero de 1880 en el diario La Patria, escribió cuarenta y cuatro palabras que fueron una precisión muy clara: “Pues esto es lo que veremos mientras que hombres que nada valen de por sí entren a figurar en la política, porque esos generalmente tienen que caminar unidos a otros que los sostengan a cierta altura, prestándose en cambio a toda clase de sumisiones”. Esto era válido en el anteayer y lo continua siendo en el hoy.
vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.26.84) No hay duda, Cuba no puede vivir sin estar sujeta al yugo externo. Primero fue España, luego los Estados Unidos, posteriormente Rusia y, ahora, China. ¿De dónde presumen sus habitantes que aman la libertad?
Añadido (24.26.85) En los EUA, los miembros del Partido Demócrata continúan con su guerra intestina en donde el ex presidente Obama ha soltado a su jauría para intentar dar el golpe de estado y arrebatar la candidatura y la presidencia a su aliado del ayer, el presidente Biden. Porque, ni modo que si este renuncia a ser candidato por motivos supuestos de incapacidad física y mental, vaya a continuar al frente del gobierno de los EUA. ¿Será cierto que la aspiración de los Demócratas es convertir a su país en uno con características bananeras?