* Obvio que escribir el futuro no puede empezar con un regreso al pasado. Atenas fue el paradigma de las ciudades Estado de la antigüedad; Florencia iluminó el Renacimiento, Singapur es faro de la globalidad
Gregorio Ortega Molina
En un momento de ausencia de rigor analítico y de debilidad por la idea de esperanza, creí que los impulsores y cabilderos de la Constitución de la Ciudad de México, que pronto será propuesta a la Asamblea Constituyente, propondrían un documento capaz de reflejar la preocupación por el ser humano y su capacidad creativa para azorar al mundo, como ocurrió con las ciudades Estado modélicas.
No será así, porque prevalecerán los compromisos políticos y los acuerdos que bordan sobre la impunidad, por sobre la necesidad histórica de convertir a esta constitución en el paradigma para la reforma del Estado que urge a la República.
Obvio que escribir el futuro no puede empezar con un regreso al pasado. Atenas fue el paradigma de las ciudades Estado de la antigüedad; Florencia iluminó el Renacimiento, Singapur es faro de la ciudad Estado global. ¿A qué aspiran los administradores públicos de este país? Es ingenuo pensar que resolver el marco constitucional de la Ciudad de México sólo atañe a los gobernantes que la guían y a sus habitantes. El gobierno federal está atento a que no le muevan el tapete con ideas con las cuales se pueda combatir a la corrupción con eficacia, por ejemplo.
Para no perder el honor y la dignidad, los romanos castigaban a sus enemigos con la autorización de que se suicidaran, pero también con la confiscación de sus bienes. Si el miembro de una familia estaba en contra del Estado, toda la familia purgaba la pena.
El concepto de patria y dignidad en Atenas era distinto. Lo peor que podía ocurrir al considerado como enemigo de la ciudad, era el ostracismo. Dejar de convivir donde se desarrollan los asuntos públicos del ateniense era castigo de dimensiones que hoy no comprendemos. Marcelo Ebrard vive feliz en Paris. Carlos Salinas de Gortari hizo berrinche y se fue a esconder a Dublín, donde su compañero de juegos intelectuales fue Stephen Dedalus. A Luis Echeverría Álvarez lo designaron embajador en las antípodas. Mientras más lejos, mejor.
Hoy ni soñarlo, porque la impunidad es la reina de todas las exigencias que se formulan a quienes aspiran a llegar al poder, y la única manera de conjurar ese deseo de permanencia es con la revocación de mandato, lo que no ocurrirá durante el tiempo que dura la eternidad.