Luis Farías Mackey
Decíamos ayer que el problema no era la militarización sino la desconstitucionalización de México.
Dos de los tres poderes encargados de garantizar nuestra Carta Magna la violentan flagrantemente en perversión abierta a sus atribuciones públicas.
Habemus dictadura, dije.
¡Me equivoqué!
¡Habuimus! No tenemos hoy, ¡teníamos dictadura en México desde hace mucho!
El golpe de Estado se dio hace cinco años, también flagrantemente, entre dos presidentes: uno pusilánime y el otro delirante; el primero omiso y cobarde, el segundo vindicativo y mesiánico.
Tras una simulación de democracia participativa, un sujeto sin cargo público, en el papel expectante de presidente electo, determinó sin autoridad para ello, sin fundar ni motivar debidamente y en un acto de poder de hecho —no de derecho— cancelar por sus verijas una obra necesitada, útil, bien planeada y en alto grado de avance: el NAIM.
El suyo fue un acto de desmesura, imposición y lucimiento. Una especie de golpe en la mesa, una paseadita del tigre.
Pero no lo hizo solo; su crimen fue en complicidad con quien sí era autoridad, sí estaba sujeto a cumplir atribuciones constitucionales, era el responsable de cuidar no solo la Hacienda pública, sino la confianza en el mundo de México, de las libertades, los derechos adquiridos —como los eran los contratos, permisos y concesiones involucrados— y, por sobre todo del Estado de Derecho.
Pero pecó por omisión, de pusilánime y de rehén de su propia corrupción que lo llevó a pactar impunidad por sobre el interés de México. Calló cuando era su responsabilidad política e histórica actuar en defensa de la Nación, se escondió bajo su copete y tras su publicidad propia de detergente, abdicó cobardemente del mandato que protestó cumplir ante los mexicanos.
Uno por exceso y desarreglo, otro por pusilánime y omiso. Ambos en contra de México, su Constitución y los mexicanos.
Uno había protestado cumplir y hacer cumplir la Constitución. No lo hizo. Otro lo haría en breves semanas. Ambos la mataron el día que juntos cancelaron el NAIM.
Lo demás es solo consecuencia de la connivencia de sus respectivas cobardía y excesos: el pacto de impunidad, las obras faraónicas e inservibles, la militarización, la falta de medicinas, el austericidio, el asedio a la administración pública, al pensamiento, a la ciencia, a la libertad; la opacidad, la mentira, la simulación, la corrupción, la perversión de la justicia, el golpe a poder Judicial quitando por la mala a Medina Mora y jugando con la mezquina voracidad de Zaldívar para meter a sus peones de Ministros; la compra corrupta de mandos en las Fuerzas Armadas, los abrazos y liberaciones al narco, así como su incrustación en la vida democrática y estructuras de gobierno, el nepotismo impúdico, la cooptación del empresariado de concesiones y permisos, la polarización, Pío y un largo etcétera.
Por eso no se preocupó por buscar el mejor gabinete, con uno de floreros le era suficiente y, cuando le empezaron a sobrar, convirtió a su equipo en un juego de “dónde quedó la bolita” entre las corcholatas y la ignominia.
Hoy ya no requiere de floreros y pronto ni de corcholatas; está por llegar el momento de los radicales: guerrilleros que defiendan la causa, cobren las afrentas y exterminen al enemigo, en lugar de funcionarios preparados y capaces. De allí lo de lealtad por sobre capacidad. No, no son los niños y su educación, salud y seguridad; no es la economía ni las condiciones de vida de los mexicanos, no es la igualdad ni la justicia, no es, siquiera, la seguridad de todos: es que nunca más vuelva a crecer nada sobre esta tierra que pueda ser contrario a su delirio. Muy pronto los secretarios de Estado serán comandantes, pero no de las Fuerzas Armadas nacionales, sino de las milicias de la Transformación. (Ver Guardionalización)
Pues bien, no, no fue este viernes 2 de septiembre cuando se rompió el orden constitucional en México al militarizar en contra de la Constitución ese engendro llamado Guardia Nacional; la desconstitucionalización se dio hace cinco años cuando se canceló el Aeropuerto en Texcoco por el abuso de uno y la desidia de otro.
López Obrador no debió haber protestado el cargo y jurado cumplir la Constitución aquel primero de diciembre del 2018, porque ya la había roto y pisoteado, de la mano del pelele y compinche que impávido lo observaba al otro lado de Muñoz Ledo, que hoy grita, pero en aquel momento —y eran apenas las once de la mañana—veía en López Obrador su “transfiguración en el hijo laico de Dios”.
Para López Obrador protestar cumplir la Constitución, que previa e impunemente había violentado junto con Peña Nieto, no significaba ni significa compromiso alguno. Por eso actúa como actúa. Para él la Constitución es un librito incómodo que, cuando pueda, lo va a substituir por una Cartilla Moral de su puño y letra, al grito de “Es un honor, estar con Obrador”.
Vamos pues cinco años atrás. La dictablanda y simulación de gobierno democrático en vías de dictadura, nos lleva cinco años de ventaja.
No habemus dictadura, ¡habuimus!