Javier Peñalosa Castro
La semana que termina Enrique Peña Nieto asistió a un acto con multitudinario acarreo de burócratas, ante quienes no escatimó elogios ni auto elogios. El festejo se hizo con el pretexto de que se cumplieron cuatro años desde que recibió la banda presidencial del impresentable Felipe Calderón, que hoy quiere imponer a su mujer como sucesora de Peña.
Llamó poderosamente la atención el tono triunfalista de su discurso, al presumir el supuesto éxito de sus 13 “reformas estructurales”, de las cuales la que, según Peña, pasará a la Historia será la educativa. No se sabe si lo dice porque es la única en la que algo se movió (así fuera para retroceder).
Eso sí, ha servido para hacer concebir falsas ilusiones a Aurelio, El Niño Nuño, quien con renovado afán protagónico y sed de reflectores estuvo alegre y retozón durante la ceremonia de toma de protesta a Miguel Ángel Yunes, seguramente con la ilusión de que será el delfín de Peña, y sinb tener en cuenta que si no tiene tamaños para secretario, mucho menos para aspirar a la Presidencia.
Antes, Peña había asistido al PRI para ungir a prácticamente todos los miembros de su gabinete como miembros del Consejo Político Nacional de ese partido, incluido el impresentable Luis Miranda Nava, a quien, si no exigió su renuncia tras su comportamiento inaceptable ante la interpelación comedida de una legisladora de Morena, al menos se podría haber mantenido a prudente distancia de los reflectores. Lo hizo en un entorno de boato relumbrón que en otras circunstancias —no cuando su porcentaje de popularidad ronda el 16 por ciento— podría haber hecho creer que tiene fuerza y control de la situación.
La economía, en ruinas
De las otras reformas también presumió logros poco claros o francamente inexistente. Y por más que se trata de darnos atole con el dedo, existen indicadores que revelan el desastre por el que atravesamos, con una inflación en vías de desbocarse —con o sin Carstens al frente del Banco de México—, con signos ominosos de recesión y constantes recortes de los optimistas pronósticos de crecimiento, el descuido del mercado interno, el creciente desamparo que padecen los trabajadores, el agravamiento de la pobreza, la amenaza —que en pocas semanas comenzará a concretarse— de una nueva y más feroz ola de proteccionismo por parte de Estados Unidos, la proliferación de negocios de un solo hombre o una sola mujer, que venden lo que sea en las calles y luchan cotidianamente por librar la extorsión de los líderes de ambulantes, los inspectores de la delegaciones y otras dependencias de gobierno, las mordidas a la policía e incluso, cada vez más frecuentemente, de rufianes y delincuentes, organizados o no, que cobran “derecho de piso”.
En este entorno, no hay Buen fin ni Black friday que valgan. En Navidad crecerán las ventas, pero será un mero espejismo. Para 2017 el panorama es desolador. Los migrantes mexicanos dejarán de enviar sus remesas por miedo a ser rastreados y deportados.
Sin lugar a dudas, la llegada de Donald Trump a la presidencia representa la puntilla para nuestra economía, pero la estocada había sido dada mucho antes. Y aunque, por sí solo no será capaz de derrumbar la economía mexicana, sí podría quitarle los alfileres con los que, de manera más precaria aún que como estaba prendida a finales de 1994 y provocar una crisis como aquella que Salinas intentó endilgar a Zedillo y a la que, a la fecha se refiere como “el error de diciembre”.
Actualmente la obra pública está prácticamente detenida, el endeudamiento de particulares está adquiriendo —de nuevo— dimensiones preocupantes. Se construyen enormes edificios de oficinas corporativas en varios puntos de la Ciudad, pero no se ve a qué empresas podrían alojar, en un entorno recesivo como el que vivimos.
La gente hace lo que puede paras sobrevivir: dese recibir propinas o cobrar abiertamente. El principal ejemplo son los adultos mayores que empacan mercancías en el supermercado y han desplazado de esta actividad a los niños y adolescentes que antes recibían esas monedas, pero también están los apartalugares, que cobran por estacionarse en la vía pública, en uno de los lugares que bloquean para este fin desde temprana hora, o la gente que vende alimentos preparados en su casa en todos los rumbos, los limpiaparabrisas, los acróbatas, los vendedores y simples pedigüeños que abarrotan los cruceros y área de predecibles embotellamientos viales.
Mientras tanto, se ha descuidado el mercado interno, que es atendido por una proporción importante de proveedores extranjeros, cuando el gobierno debería estimular a los productores mexicanos para que satisfagan la demanda de productos de buena calidad a precios razonables, sobre todo en un contexto en que tienen insumos a buen precio, mano de obra barata y una enorme demanda.
Por supuesto, habrá que revitalizar al campo mexicano, repensar el sistema de apoyos a cultivos dirigidos al consumo interno, promover huertos familiares y formas novedosas de organización para hacer más eficiente la producción y más rentable esta actividad para quienes la llevan a cabo.
Simultáneamente habría que detectar e impulsar actividades que permitan el autoermpleo útil y productivo y, en suma, lograr que comerciantes e industriales volteen de nueva cuenta hacia el mercado interno, ya sea por las complicaciones que implique participar en el mercado global o por su propia vocación para atender las necesidades y gustos del consumidor mexicano.
También habrá que repensar nuestra participación en sectores como el turismo, donde hay que voltear a ver nichos que requieran menores inversiones y mayor dedicación, como los hoteles boutique y las modalidades de turismo ecológico y de aventura, entre otras para aprovechar mejor esta fuente de ingresos, que hoy beneficia principalmente a las grandes cadenas internacionales.
Por supuesto, habrá que poner mayor atención a sectores de negocio como la informática y la industria del espectáculo, entre muchas otras, que tienen el potencial de alejarnos de la mera maquila, el ensamblaje o el armado y dedicarnos a lo que deja mayores ingresos y beneficios.