En política las oportunidades no regresan y Claudia, creo, perdió la gran oportunidad de la ceremonia de la protesta constitucional.
Incluso el protocolo y la narrativa se las llevó López Obrador.
Voy a evadir hablar del papelón de las huestes obradoristas porque su comportamiento no necesita palabras.
Regreso por tanto a Claudia. Más que curioso, paradójico, que su propaganda haya sido “Es Claudia”, y cuando Claudia debió ser, podía ser, se esperaba que fuese, necesitaba ser: no fue.
La sensación que me embarga es esa: Claudia no es.
Se niega a ser. Cuando todo mundo esperaba que fuese, cuando le correspondía ser, cuando debió mostrarse: no fue. Desapareció delante de todos.
Se parapetó, nuevamente en López Obrador discursiva y físicamente.
Tras colocarse la banda presidencial, antes de saludar a la representación nacional ante quien rendía protesta y en cuya casa estaba, volteó a ver y mandó un beso a López Obrador y luego un abrazo. Y al final, tras el himno nacional ella fue presta hasta el lugar de él por su aprobación y abrazo.
Puedo entender la dependencia de ánimo y de espíritu que padece, bueno, hasta el fervor religioso y fanático que le profesa, pero ella debió ser el centro del evento, él debió de ir hasta ella y despedirse formalmente, sin abrazos ni besos exagerados, sin mano levantada, sin poses fotográficas. Él, muestra la foto al levantarle la mano, la ungió.
Su mensaje fue una mañanera destemplada y un choro mareador: todo está bien, todo va de maravilla, no hay problemas, ni retos, ni temores. Los grandes problemas, crisis, diría yo, son temas insignificantes de una agenda llena de lugares comunes y frases cada vez más destempladas en su voz.
Muchas promesas cuando no tiene ni para lo más elemental, muchos sueños cuando su realidad es una pesadilla.
Ningún guiño a los que no comulgan con sus ruedas de molino; llamados a una fraternidad que ni llaman ni fueron fraternales.
Ninguna esperanza para los que, cegados por sus expectativas, esperaban aliento y certidumbre.
En lo personal jamás espere un rompimiento, pero sí al menos una distancia de sobrevivencia que la diferenciase entitativamente. Pero no. El mismo discurso, los mismos engaños, las mismas fantasías, los ya insostenibles argumentos, los mismos villanos, la misma locura.
Ni siquiera en eso quiso ser ella.
Pero no es lo que quisiese, sino las expectativas ciudadanas que ayer mató.
No sólo se mimetizó siamesamente: se difumino como una gota de tienta en el agua.
Difícil le será llenar unos zapatos que no le pertenecen, cuando tenía todo para colmar los propios siendo ella misma. Pareciera que es tal el horizonte que en ella llena López que terminó por perder esencia y entidad hasta ya no ser Claudia, sino ser solo una sombra.