COLUMNA
Al inicio del segundo año de gobierno del Sr. Lic. Don Andrés Manuel Lopez Obrador, muchos son los gobernados que se encuentran no sólo desanimados por la falta de cumplimiento cabal a las promesas efectuadas en campaña electoral y han decidido volver la espalda a lo que está aconteciendo, estimando normales los atentados contra las formas de la democracia o contra la dignidad de la comunidad civil a la que pertenece. Un pesimismo indolente nos permea y nos hace recordar los excesos de corruptelas de gobiernos neoliberales anteriores.
Los conceptos de política y ética, que se entrelazan para formar y conformar el uso legitimo del poder en un Estado de Derecho ahora chocan y se confrontan frente al oportunismo arribista de muchos que pertenecen al movimiento morenista, por tanto ese Estado de Derecho, el cual debería de funcionar debidamente engrasado y con armonía, produce escándalos por la oxidación y deterioro de los ejes que mueven las ruedas del poder gobernante y por el manoseado triunfo del poder de Morena. Según nos referían nuestros maestros universitarios, entre los que destaca nuevamente Don Salvador Mondragón Guerra, “El Estado no es solamente un ente de razón; es, sobre todo, un mediador de las experiencias reales y contrapuestas de una sociedad en movimiento”.
Sin temor a equívoco alguno la pluma de quien esto escribe puede afirmar que la corrupción política del neoliberalismo, desde una óptica democrática no es más que la inclinación del poder político ante ese miserable fenómeno de la corrupción, conllevando con ello una autoprotección indefinida, Raluz de manera muy clara nos lo advierte en sus textos que conforman el estudio de su obra “Justicia como equidad. Materiales para una teoría de la justicia”, diciéndonos que existe un peligro latente en las democracias occidentales ya que el gobierno y el Estado están succionando a la corrupción.
El pueblo al haber votado por Andrés Manuel López Obrador, esperaba el cumplimiento desde ya de lo prometido en campaña. En la actualidad y al dar inicio a éste segundo año de gobierno, la percepción del fenómeno de la corrupción, por parte del votante ha variado de manera substancial y, de un especie de justificación tácita comprensible o acomodaticia se ha pasado, en cierta forma, a una actitud de confronta y beligerante entre dos sectores de ciudadanos que conforman nuestro México, porque ambos han percibido que transgresiones de la corrupción afectan a nuestra Nación y porque quienes transgreden las normas no son los representantes de un poder corrupto, sino que fueron elegidos por voto popular.
Nuestra historia jurídica patria ha demostrado que el olvido provocado por aquellos que en el ayer generaron el fenómeno sin haber sido sancionados es la mejor forma que se siga generando éste. Hoy es el ayer de mañana. Salvador De Mandariaga dijo que: “Los hombres que olvidan la relevancia de unos hechos más en su miseria que en su grandeza, están condenados a repetirlo”. Por lo mismo cuando se trata de políticos corruptos, el indulto del votante y del gobernante debe de ser imposible, lo dijo muy claro Baltazar Garzón: “La corrupción política es un indulto imposible” (Anuario de los hechos 1994, Defensoría Internacional).
Sólo resta decir que a Don Andrés Manuel le queda una tarea inmediata a efectuar y en un instante, desde ya, o enfrenta a la corrupción derivada de la narcopolítica o se convierte en cómplice de ella.
Lic. Alberto Woolrich Ortíz.
Presidente de la Academia de Derecho Penal del Colegio de Abogados de México, A.C.