Por: Héctor Calderón Hallal
Había que partir de un encabezado como éste, metáfora de una simple interpretación que hace el suscrito sobre el escenario político nacional -más aspiracional que posible-, para empezar a reseñar el vertiginoso camino de desencuentros, precipitaciones, actos prejuiciosos y errores recorrido hasta hoy por las nuevas autoridades federales de este país, en lo que va de estos casi 8 meses de gobierno efectivo.
Y es propicio este escenario para atender pues, un botón de alarma que ya se encendió en casi todos los ámbitos de la vida nacional y empezar a elaborar quizá también, ejercicios de prospectiva.
Describir entonces el cartón editorial invocando al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, en una alegoría beisbolera y como lanzador rescatista de este todavía embrión de sexenio, no podría ser un ejercicio ocioso ni carente de seriedad.
No se le puede regatear su participación como genuino y original impulsor de todo este largo y penoso proceso de democratización de la vida pública nacional.
Y quien, ahora se sabe y se difunde sin rubor alguno, fue despojado de la victoria electoral en la contienda presidencial de 1988, por un sistema que se cayó…y también se calló.
Él, e indiscutiblemente el otro gran personaje que lo acompañó desde el principio y que, con todos sus claroscuros, ha permanecido fiel a sus principios democráticos y liberales; lo diré de una vez, me refiero también al abogado Porfirio Muñoz Ledo.
Juntos y con Luis Donaldo Colosio, el mártir de la democracia mexicana, sin duda, integran esa terna de políticos que podrían ingresar sin demora, a los anales de la historia nacional, como los políticos más completos e íntegros de la segunda mitad del siglo 20.
Pero en un ejercicio comparativo tête à tête, Cárdenas ha mostrado por sus acciones una más consistente rectitud en sus principios y en sus hechos que Muñoz Ledo.
Porfirio sigue siendo aquel chico obstinado en ser el primero en su clase; nunca abandonó sus modos y estrategias. No le resta eso en lo más mínimo ser un hombre brillante, pero pierde congruencia para lograr sus objetivos; raspa muchos muebles para obtener el diez.
El pasado 30 de abril la Oficialía de Partes de la Cámara de Diputados recibió un par de documentos-propuesta de lo que será el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, de parte respectivamente de la oficina del Ejecutivo y de la oficina del secretario de Hacienda; en ese entonces todavía Carlos Urzúa, cabe aclarar.
El primero es un mamotreto de 60 páginas, elaborado sin planes, sin metodología para medir avances o retrocesos de cumplimiento, sin reglas de operación ni objetivos racionalmente detallados, sin una visión realista de la situación que vive el país y por el contrario, que hace cuentas alegres sobre el crecimiento económico nacional estimado en un 6% para el final del sexenio en 2024, lo cual no podrá alcanzarse sin políticas públicas sólidas y realistas que propicien la inversión extranjera como nacional, pero sobre todo que generen riqueza. El pleito de AMLO y su equipo con los hombres del capital como todos sabemos, empezó hace muchos meses con el afán de castigar por revancha a quienes no lo apoyaron (callaron dice el mandatario mexicano, ante el fraude electoral y las políticas neoliberales que atentaron contra el interés de los pobres).
No existen además en ese documento planes concretos en seguridad, ni metas ni metodología establecidas; en materia de combate a la pobreza, borró inmisericordemente a cerca de 700,000 mexicanos del universo a atacar con esa condicionante social y por si fuera poco, en el tema de desigualdad de género, uno de los ejes rectores del plan así como de los más rabiosamente defendidos, no cuenta con indicadores. Sin considerar que tampoco en ciencia y tecnología contiene indicadores, ni metas, ni reglas de operación, ni planes para lograr sus objetivos.
El documento que aspiraba -y que ya lo es- a ser plan, es una especie de exhortativa, cual manifiesto político de movimiento estudiantil de los años setenta en el siglo pasado, cuajado en consignas directas; con abundantes adjetivos; descalificativos sobre todo a toda política emprendida por las administraciones federales comprendidas en el lapso de 1982 al 2018; los neoliberales, como suele el discurso oficial presidencial ofender, según su muy particular idea e interpretación del concepto neoliberal.
Asunto del que valdría la pena ocuparse en un trabajo posterior, pues Benito Juárez el presidente mexicano a quien más admira el actual mandatario, fue un hombre de ideas y acciones liberales, que en su momento revolucionaron a un país que estaba en el marasmo y el descuido; imbuido en la influencia de un poder eclesiástico robusto, improductivo y prejuicioso; que no tenía ordenada ni modernizada la administración pública nacional. Fue Juárez con sus ideas liberales, precisamente, quien modernizó en su momento a este país y sus herederos -científicamente hablando- los neoliberales, a quienes tanto sataniza por ignorancia, no promueven otra cosa que el desarrollo económico a través del principio del adelgazamiento del estado, la modernización y la tecnificación de la vida administrativa.
Pero ese es tema aparte.
Volviendo al asunto que nos ocupa.
Pero iba en aquel embalaje entregado en la Cámara de Diputados, una segunda propuesta de Plan Nacional de Desarrollo en la entrega ese día en el vestíbulo del vetusto palacio de San Lázaro; la que provenía del economista Carlos Urzúa, todavía secretario de Hacienda y responsable constitucional de elaborar dicho documento. Un documento sobrio, objetivo y elaborado con la metodología y los protocolos técnicos y científicos requeridos por la ciencia económica y al final, más apegados a la realidad que vive el país al interior del concierto internacional.
El otro documento, el primero, ampliamente reseñado, provenía de un equipo de pseudo economistas y seguramente activistas coordinados por Alfonso Romo, el jefe de la Oficina de la Presidencia de la República y recipiendario desde hace algunos del nada agradable título de Hombre-Conflicto de interés.
Pues fue el presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, el morenista Porfirio Muñoz Ledo, quien aprontadamente y en un afán de quedar bien, o quizá de obedecer la línea férrea de autoridad proveniente de la Presidencia de la República y a través de la disposición del cancerbero mayor, el empresario metido a político, adorador de Pinochet y fiel seguidor del padre Maciel, Alfonso Romo, no dudó en imponer en la agenda de discusión congresista, el documento-consigna impuesto como Plan Nacional de Desarrollo de la 4T, ignorando olímpicamente la propuesta del secretario de Hacienda, quien quedó evidenciado en los hechos como un auténtico florero del poder; como un simple ornamento de la utilería en la corte transformadora.
Ese fue el motivo del pleito; del malestar de Urzúa, que lo hizo entre otras cosas renunciar al cargo.
Ahora Muñoz Ledo astuta y oportunamente, como es típico en él, se ha trepado en la cresta de la ola temática y se ha pronunciado por la suspensión inmediata de poderes en Baja California, ante la crisis provocada por los afanes de dominio total de Morena, sobre el congreso de Baja California y en general sobre el Poder Ejecutivo local.
Pero lo hace en un afán de reivindicación con su público y con su conciencia.
Porfirio sabe que al desechar sin reparo alguno la propuesta del PND del secretario de Hacienda, cometió una ilegalidad constitucional; y una pifia de la que esperemos no tengamos que arrepentirnos de manera superlativa en el corto plazo.
Tomó partido pues Muñoz Ledo, con Romo y la ortodoxia de la línea presidencial; al modo viejo.
Así entonces tenemos que el resultado de la reciente elección para gobernador en Baja California, en un período atípico, marcado por única ocasión de una duración no mayor a los 24 meses, habría favorecido al candidato del referido movimiento de Regeneración Nacional, Jaime Bonilla.
Y en una sorpresiva jugada de bajos decibelios, se pretendió lograr la mayoría constitucional para modificar esa disposición de temporalidad (de dos a cinco años) de este próximo período y así gobernar juntos AMLO y Bonilla; para lo cual habrían logrado el consenso a cañonazos de a millón de dólares ofrecidos directamente por Bonilla a cada legislador o regidor de los cinco municipios que hay en la fronteriza entidad, del PRI y del PAN, sin distingos, según es ya del dominio popular.
Un auténtico atropello al orden jurídico constitucional; quizá este será el método para llegar a integrar ese nuevo régimen del que tanto hablan.
Pero también aparecieron la prudencia y la firmeza de Cárdenas.
Una muy grata entrevista en Radio Fórmula hecha por el maestro Joaquín López Dóriga la semana pasada a Cuauhtémoc Cárdenas, donde expresa con la claridad y la prudencia que le caracterizan, su punto de vista sobre la crisis post electoral de Baja California, confirma el gran oficio político que posee y sobre todo su lucidez y su pertinencia política en tiempos en el que la insensatez, el desprecio por la legalidad y el estado moderno, donde el berrinche y la revancha sin plan ni método, parecen haberse apoderado de las formalidades y los fundamentos de cualquier afán de servicio desde el gobierno.
Y es que a propósito de una declaración del propio presidente López Obrador en ese su nuevo órgano deliberativo de gobierno llamado La Mañanera, donde habría expresado días antes que él no era abogado, ni economista, para abrevar con tanta profundidad en la respuesta para algunos comunicadores que le habrían formulado cuestionamientos a su juicio muy técnicos.
Cuauhtémoc Cárdenas señaló con toda propiedad que no se ocupa ser abogado para entender de forma básica lo que significa el orden jurídico nacional desprendido de la Constitución político que nos rige. Entre risas abundó, yo soy ingeniero, no soy abogado y entiendo de manera suficientemente clara lo que está sucediendo en aquel estado y que debe ser corregido, pues de lo contrario sería como ofender la inteligencia de todos los mexicanos.
Después, en una entrevista al diario El Universal señaló que, de concretarse esa disposición de ampliar el tiempo de duración del mandato de Bonilla en Baja California, sería sentar precedente grave para que, en lo sucesivo, cualquier legislatura federal o estatal pudiera cambiar los términos de vigencia del mandato que podría recibir cualquier funcionario electo.
Y fue más allá al declarar que esta posible maniobra legislativa en aquel estado, lesiona la constitucionalidad, rompe el orden republicano y forma parte de un proyecto de Morena y quizá hasta del propio gobierno que encabeza López Obrador, para en un futuro impulsar este tipo de cambio y ampliación de mandato a nivel federal.
Y eso sin necesidad de ser abogado.
Lo heredado no es hurtado.
Cárdenas fue educado a partir de una vieja premisa que los misioneros jesuitas como Vasco de Quiroga, recogieron o reconocieron de los antiguos y milenarios pobladores de nuestro país, a lo largo de su productivo peregrinar por tierras mexicanas.
Lázaro Cárdenas fue un hombre prudente y humilde, que aprendió de los formatos de convivencia interpersonal sembrados por Tata Vasco en Michoacán, donde predominan el silencio cuando no se tienen nada qué decir; la rectificación cuando uno se ha equivocado; la humildad para no presumir ni aplastar al contrario, sobre cuando está vencido; y el reconocimiento sobre todo de que el hombre es un ser único e irrepetible y que cada individuo tiene una opinión que vale por sí sola, aunque no haga mayoría ….y que hay que atenderla.
Todo eso fue transmitido al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
El criterio de que hay que ser exigente con uno mismo, pero considerado con los demás, es algo muy propio en Cárdenas Solórzano; sus acciones de gobierno y de su vida pública y privada dan cuenta de ello.
Quizá el destino ha sido impreciso y se equivocó al habernos mandado como primer presidente surgido de la izquierda y de los movimientos democráticos recientes, a López Obrador en lugar de a Cuauhtémoc Cárdenas.
Porque fue primero Cárdenas que AMLO.
A lo mejor no sería tan mala idea que López obrador se acercara un poco más a su antiguo jefe político Cuauhtémoc Cárdenas a consultarlo de vez en cuando.
Tampoco sería algo tan malo o extraño, que habilitara como un muy cercano e influyente consejero gubernamental al ingeniero Cárdenas; quizá podría generar esa serenidad y prudencia que ha necesitado en los últimos días el señor presidente.
Tal y como la fábula del viejo brahmán hindú y el niño, quien se le acercó al octogenario para preguntarle qué era el poder; a lo que el viejo sabio le dijo:
¿Quieres saber qué es el poder?; ve hacia aquel árbol de ciruelo y córtale un brazo y me lo traes. De inmediato el niño ejecutó la instrucción y llegó con la rama para entregarla al sacerdote.
Ahora, le repuso el brahmán, llévala de nuevo y trata de pegarla de nuevo al árbol. De inmediato el niño le contestó que era imposible; lo que dio lugar parta que el viejo sabio le resumiera que el poder era eso precisamente; la capacidad de construir, de pegar, de sanar, de subsanar, de unir, de resarcir, de dar vida, de rehabilitar; porque la capacidad de destruir, de romper, de ensuciar, de matar, de derrumbar…cualquiera la tiene; y ese no es ningún poder.
El poder debe servir pues para unir, para convocar, para motivar; nunca para ofender, para dividir, …menos para desilusionar o defraudar.
Y al parecer eso no ha entendido el señor presidente López Obrador.
La sociedad mexicana vería con muy buenos ojos, como responsable que es de ese viraje a la izquierda, porque dio su voto mayoritario en la pasada contienda presidencial y deseaba desde hace mucho dar la oportunidad a un gobierno de izquierda, se insiste, vería con buenos ojos que Cuauhtémoc Cárdenas estuviera al pendiente, pleno, saludable, lúcido, del desarrollo de esta administración federal.
Y ¿por qué no? …Que estuviera pendiente para lo que se ofrezca. Tal y como se lee.
México ocupa un líder que convenza con razones de peso…y no a gritos ni a base de insultos; y no a base de apoditos ni descalificativos.
Se ocupa de un líder que unifique al pueblo en torno suyo y de sus acciones; y no que lo divida aún más; con regionalismos.
Se necesita un líder que reconozca el orden jurídico nacional y su constitucionalidad. Que aplique la ley con todo su peso. Se están vaciando las cárceles porque no hay sistema judicial que tenga suficiente sustento punitivo y lo peor es que se están quedando presos los inocentes que no tuvieron dinero para pagar su defensa y ahora son adictos y parte del mundillo delincuencial que hay adentro de los reclusorios.
Gobernar no implica santidad necesariamente.
Es un criterio de pleno apego a la legalidad y a la justicia.
Así que, no sería descabellado a juicio de la sociedad mexicana, que veamos pronto calentando el brazo en el bullpen a Cuauhtémoc Cárdenas, en esa serie final del dream team de la Democracia Espartana, contra la novena de la Realidad Jurídico-Económica, …a la que están poniendo una paliza sin son ni ton.
Autor. Héctor Calderón Hallal
Contacto en redes sociales:
En Twitter: @pequenialdo
En Facebook: Héctor Calderón Hallal
E- mail: hcalderonhallal@hotmail.com
hcalderonhallal@gmail.com