Hablar de desarrollo sustentable en una ciudad como la Ciudad de México no es sólo referirse a criterios ecológicos o eficiencia energética: es, ante todo, una visión integral de cómo crecer de manera equitativa, funcional y resiliente. En el contexto urbano, el desarrollo sustentable se traduce en generar comunidad, recuperar el espacio público, introducir servicios donde hacen falta, y garantizar que el crecimiento no ocurra a costa del bienestar social o ambiental, sino en favor de ambos.
La CDMX es una metrópoli que enfrenta retos acumulados por décadas: zonas con altos niveles de marginación conviven con polos de alta densidad inmobiliaria; existen áreas con infraestructura rebasada y otras con servicios básicos aún incompletos. Frente a este panorama, el desarrollo sustentable no puede entenderse como una fórmula abstracta, sino como una práctica concreta que responda a las necesidades reales del entorno.
Uno de los principios fundamentales para lograrlo es la creación de espacios públicos dentro de proyectos inmobiliarios en propiedad privada. Esta visión rompe con el modelo cerrado del desarrollo urbano tradicional, y plantea que incluso en terrenos privados se pueden habilitar áreas verdes, plazas abiertas, pasos peatonales o zonas de convivencia que se integren activamente al tejido urbano. Se trata de asumir la corresponsabilidad con el entorno inmediato, fortaleciendo la calidad de vida no solo de quienes habitarán el nuevo desarrollo, sino también de los vecinos y visitantes.
Otro aspecto esencial es la incorporación de servicios que actualmente faltan en la zona. Ya no se trata únicamente de construir viviendas o espacios comerciales, sino de introducir infraestructura útil: centros de salud, espacios deportivos, equipamiento educativo, instalaciones culturales o mercados de abasto, según el diagnóstico de cada sitio. El desarrollo se convierte así en un vehículo para cerrar brechas históricas en el acceso a servicios urbanos.
Asimismo, uno de los compromisos más visibles —y necesarios— que los nuevos desarrollos deben asumir es la mejora de las vialidades en su entorno. La colaboración con autoridades para rehabilitar banquetas, repavimentar calles, introducir ciclovías o diseñar accesos seguros y eficientes es una forma de asegurar que el crecimiento urbano no colapse la movilidad, sino que contribuya a ordenarla.
El desarrollo urbano, bien planeado, también puede ser una herramienta para fortalecer la seguridad. Un entorno activo, con calles iluminadas, flujos peatonales constantes, equipamiento de calidad y presencia de vida comunitaria, es menos propenso a la delincuencia. Este principio, ampliamente documentado en teorías urbanas como la de “ojos en la calle” de Jane Jacobs, apunta a que la seguridad también se construye desde el espacio físico y su apropiación social.
En suma, lo que necesita la Ciudad de México no es frenar el desarrollo, sino encauzarlo con una visión clara de sustentabilidad urbana: proyectos que respeten al entorno, que integren y no excluyan, que aporten servicios y no generen presiones adicionales, que ayuden a construir comunidad y no a fragmentarla. El desarrollo sustentable no es una meta lejana; es una práctica que se construye todos los días con decisiones responsables, colaboración multisectorial y un profundo compromiso con la ciudad y sus habitantes.
