* Ofrecieron regresar a los mexicanos a esos umbrales del Primer Mundo ofertados por el Innombrable, y constatamos que volvieron a colocarnos en medio de una violencia que crece a la misma velocidad que la pobreza de espíritu que necesitamos vencer para conjurar el presagio, por lo pronto contenido a sangre y fuego
Gregorio Ortega Molina
Ni los ladridos a Jolopo o las rechiflas al Innombrable tuvieron tanta fuerza como el rechazo a EPN, por desilusión, muy distinta al odio que en la actitud de los mexicanos creen ver en Los Pinos, o desde algunas tribunas periodísticas.
Ver odio donde no existe, es acelerar la transformación del rencor social en violencia sin dirección ni contenido en contra de nosotros mismos, porque cuando un país implosiona, se debe a que sus gobiernos crearon una sociedad en la que sus integrantes no confían ni en ellos mismos, mucho menos en sus autoridades, y están dispuestos a despedazarse por un mendrugo, por un rincón que les dé un mínimo de seguridad y algún optimismo en el futuro.
Gustavo Díaz Ordaz supo muy bien del valor y uso de las palabras. Lo advirtió: “… el odio no ha anidado en mí…”, era capaz de anticipar las consecuencias de que los mexicanos nos odiemos unos a otros.
Sensatez, por favor. La noche de Tlatelolco paró de pestañas a la sociedad. Hoy, esa misma sociedad asiste inerme a las matanzas, ejecuciones y desapariciones sin cuenta y sin cuento, arreciadas en cuanto el presidente de las manos no tan limpias, declaró la guerra al narco, y desde entonces nadie los vitupera como vituperaron al vampiro del 68.
Ahora puede quedar establecida la duda sobre la identidad del verdadero autor de la Noche de Tlatelolco; Marcelino García Barragán siempre supo el nombre de quien ordenó disparar… Javier García Paniagua también, y Luis Echeverría Álvarez se irá a la tumba con el secreto de su propio nombre, porque tuvo la audacia y la inteligencia de saber improvisar.
¿A qué se debe que la actual desilusión de la sociedad en su gobierno pueda ser vista como odio a EPN?
Los 12 años de alternancia panista se convirtieron en un amargo despertar, en lugar de un nuevo y promisorio amanecer. Las expectativas de un futuro con pocos pesares levantadas por Vicente Fox no tienen antecedentes, sus niveles de aceptación no han sido igualados, lo que significa que la negociación poselectoral de 1988 de la cual se marginó a la izquierda, se hizo con el conocimiento de las verdaderas, auténticas tendencias ideológicas de nuestra sociedad. Aquí, las mayorías hacen el fuchi a los izquierdosos, a los proles, a los maestros de la CNTE y a todo aquel que no vista de traje y corbata o deje de opinar sobre el juego de estrellas.
Las promesas ofertadas por EPN en un momento en que vendieron la idea de la alineación de los planetas a favor de México, ahora son los desengaños propinados por él mismo, con el añadido de esa corrupción tan perversa como esa obsesión bíblica en contra de los jueces que abusan de las viudas y los huérfanos.
Ofrecieron regresar a los mexicanos a esos umbrales del Primer Mundo ofertados por el Innombrable, y constatamos que volvieron a colocarnos en medio de una violencia que crece a la misma velocidad que la pobreza de espíritu que necesitamos vencer para conjurar el presagio, por lo pronto contenido a sangre y fuego.