Eduardo Sadot
Siempre he admirado a las mujeres, desde el momento de reconocer su fortaleza para ser capaces de mantener en su vientre cargando a un nuevo ser. Ello y muchas cosas más nos obligan a amarlas y respetarlas, su atractivo natural es una fuerza que nos atrae, que arrastra a los hombres hacia ellas con la intensidad suficiente para mover montañas, a veces esa atracción en los hombres se vuelve incontenible, pero nunca justifica, que con ese pretexto, seamos incapaces de contener nuestros impulsos para satisfacer un deseo natural, por el contrario, los hombres hemos de usar esa fuerza y ese impulso precisamente para encauzar ese amor y deseo en beneficio de ellas y de la superación de la especie. Respetar su libertad de aceptarnos o no y jamás forzar su voluntad, conquistarlas es un triunfo, obligarlas, una bajeza.
Es por ello, que no me explico por qué, la ausencia de organizaciones feministas ni declaraciones de grandes guerreras, luchadoras y combativas feministas, ante el caso de Lourdes Ojeda en la UNAM.
Donde están los pronunciamientos y solidaridad de los grupos feministas de México y de las universidades, donde están las mujeres universitarias solidarias con las causas de género.
Ante el cuestionamiento a un miembro del Tribunal Universitario (T.U.), silencio de las feministas, sí, es verdad que debe llevarse un juicio para declararle culpable o no, pero la sola sujeción a proceso, es razón suficiente, para que un universitario íntegro, renuncie a un cargo tan emblemático, enfrente las acusaciones, fuera del cargo universitario, poniendo a salvo, el eventual cuestionamiento, más tratándose de quien preside el T. U. ante la duda de nuestra conducta, la comunidad está la obligada, a deslindarse y evitar a toda costa, que nuestros asuntos personales, ensombrezcan a la UNAM.
Parece que las autoridades de la UNAM, esperan que la decisión de retirarse de la responsabilidad que tiene en el T. U. surja de él mismo, por los cuestionamientos esgrimidos por una alumna, hoy sujeto a la justicia, pero sería lo menos que pueda hacer un universitario comprometido, debe pensar primero en su “alma mater”, que en la preservación de un cargo y con la duda salpicar, a tan noble institución.
Sí, es verdad que jurídicamente solo se puede ser condenado por un órgano judicial, pero, siendo presidente del T.U. quién puede garantizar, que quien recurra al T.U. en busca de justicia la obtenga, en temas generales y, más en temas como el de acoso. Esa sola sospecha, es suficiente para renunciar al cargo.
Pero si no lo hiciera motu proprio, si no comprende el daño que le causa a la institución, entonces, es el momento de que la autoridad universitaria proceda a exigirle su renuncia o a destituirlo, no necesariamente porque sea culpable, pero sí, en aras de clarificar la acusación.
La universidad espera, que en breve, el citado funcionario renuncie, o en su defecto que las autoridades le exijan su renuncia o lo destituyan, no solamente por el efecto mediático que representa tener al presidente del Tribunal Universitario cuestionado, sino además, porque qué se puede pensar de una institución y sus autoridades, que no actúen con diligencia e imparcialidad. No hay que olvidar que es miembro de la comunidad de Derecho y ahí también debe haber una reacción, siendo la cuna y semillero de defensores de la justicia.
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