EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
El árbol de la Jacaranda y sus flores al inicio de la primavera.
Ciudad de México, sábado 13 de julio, 2019.– Desde hace tiempo me ha interesado saber cómo es la vida de los árboles intrigado básicamente por la Jacaranda que cubre nuestra terraza pues, después de quedarse en cueros con sus ramas torcidas a finales del invierno, prepara sus racimos de flores azules para que salgan a la luz en la primavera, antes de que se caigan y sean sustituidas por unas hojas verdes y foliadas que ahora nos ofrece una agradable penumbra como parte de ese rito anual.
No entendía cómo sucedía esto hasta que le pregunté al Dr. Teobaldo Eguiluz, amigo y experto en árboles quien me explicó que los árboles tienen un reloj biológico controlado por su código genético y cada uno de ellos tiene un genotipo diferente, como nosotros, con el que regulan su carácter con los genes que tienen los cromosomas en el núcleo de las células, independientemente de la influencia del medio ambiente y de la interacción que hay entre el genotipo y ambiente.
También me explicó que la floración es un proceso reproductivo controlado por sus genes aunque, la caída de las hojas es más por la sequia que por el frio, pues resulta que la Jacaranda es una especie tropical.
De pronto, mientras corrijo este texto el jueves pasado, me doy cuenta que ese día se celebra en México el día del árbol desde 1959 y me sorprendí una vez más ya sea por el azar o por la fuerza del inconsciente, pues no lo sabía, pero resultaba que sobre eso estaba escribiendo.
Admiro la inteligencia de los árboles y, en especial, la de la Jacaranda que volvió a la vida desde que Eguiluz y sus brigadas la podaron hace un año para que pudiera mantener su equilibrio, repartir sus fuerzas y economizar su energía para cubrir sus necesidades tal como intentamos hacerlo nosotros.
He terminado de leer La vida secreta de los árboles de Peter Wohlleben (Ediciones Obelisco, 2016) para descubrir que los árboles de una misma familia se unen a través de sus raíces y mantienen un intercambio de nutrientes creando así un ecosistema que amortigua el calor y el frío extremos y almacena agua para sobrevivir.
Los árboles de los bosques protegen a sus parientes enfermos y les dan los nutrientes que les hagan falta hasta que mejoran y si sus ramas por la luz, tienen cuidado de que las gruesas no crezca estorbando al otro. Tienen una inteligencia parecida a la de las flores.
También me enteré que las Jacarandas mandan señales con el olor de sus flores, tal como el señor Swann en la obra de Proust cuando estaba alborotado, le preguntó, a quien sería su amante y luego su esposa, la famosa Odette si le dejaba oler las flores que se había puesto en su pecho, “y ella sonriente, se encogió de hombros como diciendo: ¡Qué tonto es usted; pues no ve que me gusta!”, tal como lo leímos en El camino de Swann de Proust. La atracción del olor en los seres humanos, como las abejas del panal.
Wohlleben ofrece varios ejemplos de la inteligencia de los árboles que, entre otras cosas, se mide por su capacidad de sobrevivir y defenderse del enemigo. Todo el interés por estas cosas parece que son una respuesta a lo que un día le dijo Hamlet a Horacio, agorzomado por las miserias cotidianas: “Más cosas hay en el cielo y la tierra, Horacio, que las que se sueñan en tu filosofía”. Tenía razón, hay tantas cosas que nos pueden interesar para que no nos ahoguemos en un vaso de agua, pues gracias a la curiosidad, podemos conocer cosas nunca antes vistas.
Y así como los sauces producen salicina (para la aspirina) y taninos amargos para ahuyentar a los insectos, se comunican con sus raíces a través de hongos mensajeros que luego se cobran la factura. En fin, parece que la inteligencia de los árboles sirven como espejo para reconocer la propia.