Ricardo Bravo Anguiano
Es de dominio público y los hechos parecen confirmarlo, que, para ganar la presidencia de la República en el año 2018, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tuvo que pactar con Enrique Peña Nieto; y unos dicen, que hasta con el presidente Trump. Además, aceptó los votos que le ofrecieron: grupos religiosos, narcos (el cártel de Sinaloa), Manuel Barlett, partidos políticos (verde y del trabajo), y otras instancias. ¿Qué hubiera sucedido si no lo hace? Nadie lo sabe; sin embargo, es probable que le hubieran impedido llegar a la cima, como lo hicieron en el 2006 y en el 2012. Esas “cartas de crédito” que otorgó como candidato, ahora le están cobrando factura, y eso le afecta, porque de ahí se están agarrando sus adversarios para atacarlo.
Su política de gobierno es “La cuarta transformación” (4T, las anteriores fueron: la Independencia, la Reforma, y la Revolución), que consiste en “eliminar la corrupción y la impunidad, y separar el poder económico del poder político (del Estado)”, debido a que los gobiernos anteriores estaban al servicio del interés de los grandes empresarios nacionales e internacionales. La sociedad ya estaba dividida y polarizada en clases sociales antagónicas. AMLO no la generó, solo la recuerda en cada conferencia mañanera para que no se olvide. Gobierna con “austeridad republicana” y, en el ejercicio del presupuesto público atiende con programas sociales, “primero a los pobres”. El problema es que no hay dinero reservado, tampoco para financiar sus proyectos preferidos (El aeropuerto Felipe Ángeles en Santa Lucía, EdoMex, el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas en Tabasco y los proyectos del Istmo de Tehuantepec, entre Veracruz y Oaxaca) cuando estableció, “que no incurriría en deuda externa”.
Con una metáfora se puede explicar el inicio de su administración. En cada baldosa que levantó del piso, encontró: alacranes, cucarachas y víboras; todo, producto de la corrupción que le dejaron las administraciones anteriores. Eso lo irritó y de inmediato tomó decisiones drásticas. Así sucedió con el aeropuerto que se estaba construyendo en Texcoco, las guarderías del IMSS, la administración de escuelas y universidades públicas (de donde se destapó “La estafa maestra”), el desastre en el sistema de salud pública (hospitales sin terminar, falta de especialistas), fideicomisos (científicos, educativos y culturales) y otros proyectos. El aeropuerto y las guarderías las canceló, y estableció nuevos sistemas de entregar el recurso directo a los beneficiarios de los programas sociales, sin “intermediarios”, ya que éstos se quedaban con parte del dinero (moches), como lo hicieron varios gobernadores. Es obvio que esas medidas afectaron los intereses de los involucrados, hoy inconformes y adoloridos. Desafortunadamente, para ellos, todavía le quedan al presidente varias baldosas por levantar, como las excesivas comisiones que cobra el sistema bancario y financiero, y otras más que pronto veremos.
El mandato del presidente va de 2018 a 2024. ¿Para qué “encagachar las cosas” -como dicen en mi pueblo-, y establecer, que a mediados de su periodo (2021) se someta a escrutinio público para que la gente decida, si continúa o deja el cargo? Con eso, dio a sus adversarios, elementos para que lo insulten y agredan. Aunque él, ni siquiera se inmutó; solo dijo, que sus críticos tienen derecho a manifestarse. Le reprocharon querer extender su gobierno más allá del 2024, como lo hizo Maduro en Venezuela; por lo que, tuvo que firmar una carta ante notario público para negarlo. ¡¿Pero, qué necesidad?!, como dijo el divo de Juárez.
La 4T no la puede llevar a cabo un solo hombre, aún desde el poder ejecutivo, por más voluntad y decisión que tenga. Por eso, es acertado que, dentro del marco de la ley, motive a los poderes legislativo y judicial para llevar sus acciones hacia un mismo punto. Además, trata de convencer a gobernadores y líderes, de cámaras empresariales y de sindicatos, para caminar juntos hacia el mismo objetivo; sin embargo, la situación se complica por falta de voluntad e interlocución entre las partes.
AMLO dejó un hilo suelto, al “desatender” el movimiento político (MORENA) que él creó y que lo llevó al poder. Los jaloneos entre sus ambiciosos dirigentes dan una pésima imagen política, que a él lo desprestigia. Urge que los ponga en su lugar. Además, debe apresurar las acciones del Instituto Nacional de Formación Política, para preparar a los jóvenes que se espera conducirán el destino del país.
El confinamiento por la pandemia del coronavirus obligó a toda la población a “quedarse en casa”; situación que ha generado graves problemas, como: decrecimiento de la economía, baja recaudación de impuestos, incremento en el desempleo, quiebra de empresas privadas, despido de personal y, descontento social por la inseguridad pública. En consecuencia, ya aparecieron nubes negras y relámpagos en el camino de la 4T.
Grupos de personas de clase media, disgustados por los problemas mencionados, se organizaron, y en 40 ciudades del país, el 30 de mayo protestaron en caravanas de automóviles y camionetas, pidiendo “la renuncia del presidente”. AMLO no se debería confiar, porque el enemigo es muy fuerte, escurridizo y mañoso, y en el 2021 le podrían cobrar todas las facturas pendientes. Ya veremos, si con sus estampitas religiosas los logra ahuyentar.