Joel Hernández Santiago
Dicho y hecho. El presidente de México llevó a cabo su marcha-desfile este domingo 27 de noviembre como respuesta a la otra marcha, la del 13 de noviembre.
Aquel día una multitud de ciudadanos de todos niveles, creencias, ideologías y religiones salieron por propia voluntad a la calle, tanto en la Ciudad de México como en otras capitales del país, para exigir respeto al Instituto Nacional Electoral, al que el Ejecutivo mexicano le trae ojeriza.
Aquello caló hondo en el ánimo de Palacio Nacional y, sin tenerlo planeado ni proyectado, decidió que con motivo de su cuarto informe de gobierno –uno más de los otros que ya ha dado- se llevaría a cabo una marcha en donde se mostraría la fuerza de apoyo que tiene la 4-T… El presidente anuncia que, según sus cálculos, cuenta con un 70 por ciento de aprobación nacional.
Está bien. Está en su derecho convocar a quienes quieran asistir para mostrarle su apoyo, solidaridad, confianza y estímulo: todo eso. Porque dice el Ejecutivo que ha hecho un buen gobierno, que la gente –sobre todo los menos favorecidos- se está privilegiando en este sexenio y que ya se terminó el tiempo en el que ‘la oligarquías’ mandaban en el país. Y más.
Pero hay en esto una gran diferencia. A la marcha del 13 de noviembre acudió aquella multitud molesta por la amenaza que se cierne sobre el INE, por la Reforma Electoral que mutila en gran medida lo que se ha construido en años para garantizar los procesos democrático-electorales y la democracia misma del país.
Si, fue una marcha en la que predominó la clase media mexicana, esa misma que ha sido tan vilipendiada por el Ejecutivo, acusándola de traidora a la patria, de haberse beneficiado de los gobiernos anteriores, de mostrar desdén por las causas populares y más-más-más.
El mismo presidente invoca a la clase pobre y marginada del desarrollo social para ver en esa clase media al enemigo por el que su condición es la de la pobreza, la desigualdad y la injusticia: les dice.
En ese permanente discurso de polarización, se confronta a la sociedad mexicana a la manera de pelea de gallos: el giro contra el colorado; los ricos contra los pobres; la clase media contra la clase proletaria, en una actitud que no tiene nada de democrática ni de “gobierno para todos los mexicanos” como juró ante la Constitución el 1 de diciembre del 18. Al contrario, ese encono de unos contra otros se estimula, y se festeja la controversia.
A la marcha-desfile del 27 de noviembre –dos semanas después de la del 13–, acudieron miles-miles-miles, sí. Esto bajo el control y coordinación de la secretaría de Gobernación, según se ha dicho. Y para ello, con el poder de gobierno, hicieron un llamado para que cada estado, secretaría, oficina de gobierno hiciera su aportación de personas que habrían de mostrar afecto por la 4-T.
Pero el llamado no era sólo una petición, era una exigencia por la que deberían cumplir con un número grande de asistentes desde toda la República Mexicana. Los organizadores estatales y municipales, solícitos y por quedar bien con quienes pueden garantizar su estabilidad laboral y política lo hicieron, llevaron a su gente a la capital del país bajo distintos modos y modalidades.
Sí, es cierto. Muchos-miles acudieron por su propia voluntad para expresar su solidaridad y afecto por el Ejecutivo que –dicen- ha cambiado las cosas en el país y garantiza estabilidad social. Bien.
Pero muchos otros fueron asistentes a la marcha-desfile en la capital del país, cautivos en su propia necesidad laboral o política. De lejos o cerca tuvieron que asistir. No siempre de buen grado y más a tono de llenar espacios que por mostrar ese apego y respeto y afecto por el Ejecutivo. Algunos lo tomaron como un paseo obligado-pagado.
Y hubo esas multitudes que sorprenden. Colapsaron el centro de la Ciudad de México. Una enorme movilidad de mexicanos que –según ostenta el mismo gobierno organizador– acudieron al grito de guerra contra quienes se atreven a cuestionar las virtudes y grandezas del actual Ejecutivo. Está bien. Es parte de la democracia, aunque no la guerra.
Pero uno se pregunta ¿cuántos de estos miles de asistentes creen de veras lo que les dicen que deben aplaudir? ¿Cuántos de ellos, aun siendo beneficiarios de los apoyos económicos de Bienestar, votarán por la repetición de la 4-T y sus candidatos morenistas?…
Una reacción a este viaje obligado, para muchos, será el enojo; el saber que les convocaron sin que su voluntad estuviera dispuesta.
¿De veras se sienten contentos y satisfechos en la 4-T al saber que convocaron a una marcha-desfile multitudinaria y obligada? La que le costó enormes cantidades de recursos y dinero público para que fuera como fue. (Victoriosa se dice al día siguiente). ¿De veras creen que es auténtica esta marcha-desfile y que garantiza su triunfo electoral en 2024?
Se quieren quitar recursos al INE. Se regatea presupuesto. Se le quiere aniquilar por distintas maneras. Pero precisamente esos recursos que dice la 4-T que gasta en exceso el Instituto autónomo son mucho menos de lo que se gastó con esta movilización nacional.
La verdad a todo esto se sabrá en las elecciones de junio de 2024, si no hay chanchullos y manipulaciones de por medio y si el INE garantiza los resultados que habrán de serlo por la buena.
Y uno de vuelta a Sor Juana y parafraseando aquello de: ‘¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: el que peca por la paga o el que paga por pecar?’