RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Muchos habían sido los embates padecidos a manos de aquellos a quienes nada satisface. Por más que el carácter del regenerador de la patria se había templado en el fragor de la batalla, siempre llega el momento en que los ataques hacen mella hasta en el más bien plantado. Se imagina usted, lector amable, soportar las demandas que hacían quienes buscaban que se viviera bajo un régimen en donde se respetaran los derechos y obligaciones de cada una de las entidades y sus habitantes, eso era impensable. Todo debería de partir del centro hacia la periferia, solamente el regenerador de la patria era capaz de tener la visión total de lo que era lo mejor cada uno de sus gobernados, lo demás eran visiones de provincianos cortos de miras sin el enfoque general de las cosas.
Repasemos los acontecimientos acaecidos en ese contexto.
El otoño ya estaba ahí, la temporada de lluvias quedaba atrás, durante todo el verano el regenerador de la patria fue víctima de las agresiones de sus malquerientes quienes empecinados buscaban imponer puntos de vista disímbolos a los de él. A este, no le bastaban ni siquiera los homenajes que en su honor se realizaron por los servicios valiosos que, acorde con sus seguidores, le prestó al país. Pero no eran solamente los eventos de los últimos meses, durante todo el año previo el regenerador de la patria estuvo sujeto a presiones que definitivamente minaron su salud. Ante esa situación, debería de tomar una determinación.
Cuando el mes ya casi se partía en dos, el regenerador de la patria emitió un comunicado en el cual daba a conocer: “Que considerando que las continuas tareas y fatigas de la administración pública en un año completo en que me ha sido indispensable, para corresponder a la generosa e ilimitada confianza de la nación, aplicar una atención incesante y exclusiva ha deteriorado notablemente mi salud y la acercan a su ruina si no me separo algún tiempo de los negocios… por el tiempo necesario para salvar mi existencia amenazada…”. Quien podría poner en duda que eso de trabajar durante un año completo era algo que demandaba un esfuerzo inusual para quien no estaba acostumbrado a hacerlo. Pero esa era una consideración unipersonal del regenerador de la patria.
Existía quien veía la ausencia del regenerador de la patria desde la perspectiva del país. Era un corpúsculo husmeador quien se mostraba alarmado por lo que pudiera suceder en caso de que el regenerador de la patria se fuera. En ese contexto escribía: “…se dice en el público que [el regenerador de la patria] trata de dejar el gobierno y retirarse a su [heredad]; si así fuese, si tal va a suceder, preveo y temo los males de la anarquía más espantosa, o de una revolución que frustrara las esperanzas de la patria de llegar a constituirse en esta vez”. Pero ahí no paraba la alarma de aquel sujeto.
A continuación, mencionaba que el regenerador de la patria “es quien ha merecido por voluntad de los pueblos el cumulo de autoridad… con el único designio de que hiciera efectiva la regeneración política de la nación. ¿Quién, pues, podría reunir en su falta, sea cual fuere esta, la legítima misión de aquel? ¿Y quién sería el que la confiriera de una manera indisputablemente legal y legítima?” Dado que para esa persona el regenerador de la patria era faro y guía de su pueblo, no podía dejar de cuestionarse: “¿Quién, en ausencia de toda otra ley, reuniría en su persona la respetabilidad y el prestigio [del regenerador de la patria]…
Y, por último, ¿Quién otro que ese mismo [regenerador de la patria] se presentará ante Dios y la nación con las obligaciones que este, de acabar la obra de nuestra deseada regeneración política?” Por todo ello, solicitaba que se pidiera al regenerador de la patria: “… no insista en su resolución, si fuere cierta lo que se dice tiene que separarse del gobierno, hasta no concluir la regeneración política de la nación que …se obligó solemnemente ante Dios [y] la nación, … a hacer efectiva, y que tan fiel y lelamente ha cumplido hasta ahora”.
De poco valieron los ruegos, el regenerador de la patria ya tenía la decisión tomada. Por mucho que fuera su amor al país, de muy poco serviría ello si no contaba con una salud plena. No podía irse, sin embargo, sin antes dejar en claro dos cosas. Una, quien lo sucedería en el cargo y la otra, dejar constancia del sacrificio enorme que había realizado durante todo ese año en que el trabajo, según él, fue muy intenso al grado de afectar su salud seriamente.
En el caso primero, el regenerador de la patria invocó los poderes que le fueron conferidos y como él era el dueño del escenario, optó por una persona que anteriormente ya le había mostrado que era de su confianza. Cuando el mes décimo se partía en un tercio, emitió el decreto respectivo en donde daba a conocer el nombre de la persona seleccionada, además de dejar muy claro en el apartado 3º: “Renuevo la solemne promesa de procurar que la nación se constituya, según su voluntad, consumándose la obra comenzada de su regeneración política”.
Asimismo, para que no hubiera dudas de eso era un préstamo, apuntaba en el 4º: “Cuando me sea posible regresar…, volveré a tomar las riendas de la administración pública, correspondiendo así a la confianza de la nación”. Una vez dejado en claro los términos de la ida, procedamos a incursionar en algunos pasajes de las palabras de despedida que el regenerador de la patria pronunciara cuando el décimo mes del año ya casi terminaba y lo que más deseaba era llegar a su heredad.
Fiel a su costumbre de resaltar los servicios que le había prestado al país, el regenerador de la patria iniciaba su perorata con estas palabras: “Cuando la República caminaba presurosamente a su ruina y se había perdido hasta la esperanza, el último consuelo de las naciones, de alcanzar un remedio para males tan graves y complicados que sufrimos en un período lamentable de cinco años, concebí la necesidad de apelar [al movimiento], después de haber meditado detenidamente si otro recurso menos peligroso podía ofrecerse en semejante conflicto, y después también, de haberme resistido a las excitaciones que frecuentemente se me hacían, para que condujese a la combatida nave del estado hacia su salvación. Yo os confieso que vacilé… Pero pudo más, sin embargo, la aproximación que parecía inevitable de la agonía de mi patria; y en verdad, únicamente por asistirla en su pena, que se acercaba al postrer despecho, me resolví a capitanear al pueblo en el esfuerzo, que era una intención universal para cambiar la suerte ominosa de [ellos]”.
Ninguna duda cabe, el regenerador de la patria siempre acababa por entrar en estado dubitativo, pero al final podía más el amor a su país y terminaba por rendirse ante su deber (!!) Pero ahí no terminaba la alocución, la salud del regenerador de la patria podría estar minada, pero eso no le afectaba las glándulas salivales. No podía retirarse sin antes dejar bien fijo en las mentes de los habitantes de su país lo mucho que le debían, después de todo no pensaba irse para siempre.
Dado lo anterior, les dejaba muy claro que “en efecto, yo formé el plan, dirigí la empresa, y consumé el designio de romper las ataduras que impedían a la nación el uso libre y expedito de sus derechos…. Sin pensar en otros intereses que no fueran los de la nación, se salvaron sus derechos y prerrogativas, dejando se entrever una era de libertad y de ventura, que cubría el ejército con su impenetrable escudo”. Acto seguido, el regenerador de la patria procedió a dar las razones que lo llevaron a encabezar aquello.
Decía: “…acepté, porque en tan expuesta crisis era necesario una fuerza grande de ánimo para dominar las circunstancias, porque anuladas todas las instituciones, la anarquía era un peligro próximo y muy temible; y en fin, porque siendo necesario un poder omnímodo en que se encomendara del propósito de regenerar a la república, yo me sentía con todo el valor indispensable para no abusar de facultades que tantas veces han sido escollo de los hombres más distinguidos de que hace mención la historia, y cuya reputación ha naufragado, porque no acertaron a resistir las seductoras y halagüeñas y tentaciones de una ambición desconcertada y excesiva”.
Por supuesto que en el regenerador de la patria nunca anidó la codicia, todo lo hacía en la búsqueda de la felicidad de sus conciudadanos, revisemos lo que seguía.
“Mi constante, mi más pronunciado anhelo ha sido mantener ilesos los principios fundamentales de una sociedad libre y morigerada, dejar que el pueblo usase a un tiempo de sus derechos y de su propia experiencia al arreglar definitivamente su suerte futura. Yo he procurado rodear a mi gobierno de todos los hijos de la patria, sin excluir a hombres, ni opiniones y me he afanado para que desapareciese el espíritu de secta y el de la intolerancia, para que no se desechara más que el crimen de la intervención en los negocios, estimulando así a todos los talentos, aprovechando todas las virtudes, y confundiendo por el interés común los miserables de las facciones de los partidos y de las personas”.
Si algo no caracterizaba al regenerador de la patria era su modestia, un ejemplo ello lo plasmaba a continuación al mencionar que “yo me lisonjeo con el orgullo que inspira el amor de una patria tan noble, de que estas buenas intenciones han sido secundadas y lealmente correspondidas por todos los … generosos, que pueden presentar al mundo civilizado, una época de revolución sin desorden, de cambio sin desgracias, y de triunfo para los principios populares…” .Lector amable, le sugerimos tome aliento porque el regenerador de la patria no estaba dispuesto a dejar a medias la narrativa de sus logros.
Enfatizaba que “me ha sido fácil reorganizar todos los ramos de la administración, sin más sacrificios que los absolutamente necesarios, sin arrancar a la sociedad de su estado normal para conducirla a los precipicios por la senda del progreso, templando así las ideas exaltadas de algunos, moderando y llevando al bien ambiciones nacientes, y fijando la atención en cuestiones de importancia nacional…”. Acto seguido, le entraba lo melodramático, a lo cual era muy afecto y apuntaba: “Como mis hechos se encuentran a la vista de la nación y también los resultados de mis fatigas, ella ha de juzgarme, y aplicara a mis errores la indulgencia que merece la fragilidad humana, cuando la intención es pura y no se ha perdonado medio para buscar el acierto”. De pronto, el regenerador de la patria buscaba lucir modesto.
Afirmaba que sus logros “más se han debido a la docilidad y cooperación de mis conciudadanos las ventajas y mejoras de mi administración, que al celo que he empleado por mi parte, podré mencionar, sin la tentación de la vanidad, que el aspecto de la república ha cambiado enteramente… se ha hecho respetar… El ejército ha crecido en número, mejorando su instrucción y adelanto en disciplina…
Unas rentas se han creado, se han metodizado otras, y no es mucho lo que resta para contar con un sistema de hacienda que suministre recursos suficientes para vigorizar nuestro poder y sostener nuestra dignidad. Una crisis monetaria heredamos de la anterior administración y, sin embargo, de que ellas son siempre funestas, pasó casi inapercibida sin gravámenes que parecían inevitables y cuyas ventajas el comercio y el crédito de esta nación están disfrutando.
Al comercio he aplicado una atención constante, ensanchando su esfera, protegiendo todos sus giros, suavizando los impuestos que más favorecían al contrabando que al tesoro público. He defendido la industria de los ataques arteros de que ha sido blanco, y he visto que el espíritu de asociación se desarrolla bajo el amparo del gobierno tan empeñado en crear una riqueza propia que nos separe de la influencia extranjera.
He franqueado los campos de la patria al hombre activo y laborioso, que aspira, viniendo de otras tierras, a fecundar las nuestras con su sudor tan provechoso. La minería y la agricultura recibieron el impulso que en breve tiempo era dado conseguir, y dejo preparándose trabajos cuyos frutos serán tan pingües como seguros…”.
Como suele suceder, cuando se trata de un regenerador de la patria, al irse deja la nación en versión Nirvana.
Eso sí consciente de que esa situación pudiera alterarse, prometía que “…sí en cualquier tiempo aun fueren necesarios mis débiles esfuerzos para mantener intacta su gloria, yo volaré hacia donde el deber y el peligro me llamen, porque a confianza tan ilimitada, solamente puede corresponderse con una consagración entera y absoluta…”.
En caso de que usted, lector amable, por momentos haya inferido que describíamos pasajes de cuño reciente, permítanos mencionarle que lo narrado corresponde a eventos acontecidos en octubre de 1842 cuando Antonio de Padua María Severino López De Santa Anna y Pérez De Lebrón, investido como regenerador de la patria, se iba por sexta ocasión de la presidencia de la república. Había hecho un entripado porque el Congreso Constituyente no le aceptó su versión de Constitución Centralista y proponía una de carácter Federalista.
Todos conocemos que aún faltaban cinco regresos del ciudadano López De Santa Anna, el primero de ellos ocurriría en mayo de 1843, una vez que el mozo de brega que dejó a cargo del Ejecutivo, Nicolas Bravo Rueda, disolviera el Congreso Constituyente y diera reversa a cuanto acuerdo se hubiera tomado ahí. Y a continuar con el proceso de regeneración de la patria cuyo objetivo era que luciera completamente distinta, especialmente en su contorno territorial. En eso termina las acciones de los regeneradores de la patria. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.07.21) Para evitar calificativos de plagiarios, apuntamos que la información en la cual sustentamos este escrito proviene de las publicaciones El Diario del Gobierno de la República (10-10-1842 y 26-10-1842), así como El Siglo Diez y Nueve (12-10-1842)
Añadido (24.07. 22) Al final, resultó que el presidente anterior de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el ciudadano Zaldívar Lelo De Larrea no era más que un coyote vulgar del Ejecutivo. Pues con razón extraña su presencia en el cargo mencionado.
Añadido (24.07.23) En los asuntos de la contaminación atmosférica, al igual que en lo referente al abasto de agua, los gobiernos de izquierda en la CDMX, durante 27 años, no han ido más allá del maquillaje. ¿Por qué no dan a conocer los niveles de contaminación prevalecientes durante la pandemia del Covid-19?
Por una razón muy simple, a pesar de que la circulación de vehículos se redujo significativamente, la contaminación ambiental siguió alta. Así que eso de decretar contingencias ambientales a cada rato no tiene otro objetivo sino practicar su deporte favorito…