El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Los cerezos en flor en Washington D.C.
Ciudad de México, sábado 16 de enero, 2021. – La muerte de una época es el principio de una nueva (“en mi fin está mi principio”, como era el epitafio de María Estuardo), como lo estamos presenciando ahora entre el antes y el después de la pandemia y como lo expresaron en su momento Chéjov, Proust y Mahler al darse cuenta que todo iba a cambiar o ya había cambiado, después de la Primera Guerra Mundial. Estas obras me han servido para entender un poco más lo que estamos elaborando en estos meses: Chéjov y El jardín de los cerezos; Proust en El tiempo recobrado y Mahler con su Novena Sinfonía: los tres, en el umbral de una época.
El jardín de los cerezos se estrenó en enero de 1904, seis meses antes que Chéjov muriera. En esta obra de teatro nos muestra, por una parte, cómo eran los de la generación que pertenecía al siglo XIX y, por otra, a los del futuro: Firs, el viejo y fiel lacayo que no aceptó su liberación para trabajar para su patrón; Liubov Andréievna y Gáiev, su hermano, aristócratas cincuentones que no entendieron que había que hacer algo para no perder su propiedad con todo y el jardín de los cerezos. En cambio, Lupajin, hijo de un mujik, siervo campesino liberado, convertido en un rico comerciante dedicado a hacer dinero, gana la subasta y compra la propiedad; Yasha es un lacayo joven, irreverente y cínico; Ania de 17 años y Piotr, el eterno estudiante idealista desean trabajar por el bien común. Chéjov intuyó cómo sería el futuro antes de despedirse estando en el umbral de la transición y los cambios irreversibles del siglo XX. En este caso, a partir de la revolución de 1917 cuando nada volvió a ser igual.
El tiempo recobrado de Proust se publicó póstumamente en 1927. En ese tomo Proust describe el cambio de vida después de la Primera Guerra Mundial, así como, en la vejez que la describe cuando vuelve a ver a esas “pocas personas conocidas en otra época que ahora parece que asiste a una fiesta de disfraces.” Nos ha pasado.
Cuando regresa de la clínica y va a una fiesta de los Guermantes se queda impresionado al ver a sus viejos conocidos: con trabajo reconoce a Gilberta, su pasión desde que era niño y, ahora, era una señora gorda a la que se le queda viendo sin reconocerla. También describe la decadencia de los invitados, entre ellos, una gringa que no sabe nada de nada, mucho menos de la calidad de la gente. Nada tenía que ver con el pasado: todo había cambiado mientras estuvo confinado, escribiendo los siete tomos En busca del tiempo perdido hasta el día de su muerte en 1922.
Mahler expresa los cambios que intuye van a suceder con su Novena Sinfonía compuesta entre 1908 y 1910, que resulta ser un desconsolado adiós al pasado y al mundo de la inocencia, para ofrecernos lo que sería la vida y la música en el futuro antes de componer una impresionante despedida como lo hace en el Adagio cuando termina musicalmente con la misma frase de Hamlet antes de expirar: lo demás es silencio.
Mahler muere en 1911 y con esa obra se despide del romanticismo del XIX y le cede el paso a la modernidad. El mundo va a cambiar: era el fin de una época y el inicio de otra; era la conjunción entre lo viejo y lo nuevo, entre el adiós al pasado y el abrazo al futuro, tal como lo expresa en esa obra. Por nuestra parte, nos quedamos pensando en esto que escribió T. S. Eliot en Burnt Norton: “El tiempo pasado y el tiempo futuro, lo que pudo haber sido y lo que ha sido, tienden a un solo fin: presente siempre.”
Ahora, en el umbral de una nueva época, intuimos que todo va a cambiar no sólo en Washington, sino en México y en el resto del mundo.