En esta época electoral debería, por ser ello lo correcto, existir una ética inserta en todos aquellos discursos de los contendientes a gobernar y/o legislar, sean del partido político que sean. En efecto, en cualquier discurso o arenga de índole demagógico-electoral se perciben dos tipos confrontados de lenguaje los cuales se entrelazan y conducen a la perplejidad. En los volantes, proclamas, publicidades, discursos, posturas partidistas, el votante pensante percibe dos géneros de enunciados. Por un lado, aquellos y en ello todos coinciden, refiriendo y prometiendo el México que todos deseamos.
Con las arengas expresadas en líneas a retro, todos los contendientes insertan sus proyectos, sus futuros programas sociales, su honestidad, su valía, sus conocimientos para gobernar, incluyendo todos sus “impecables” antecedentes.
Por otra arista muy diferente, nos encontramos enunciados que se refieren a la característica de todos aquellos que son sus contrincantes, sus adversarios políticos, con independencia de la valoración que merezcan o no ameriten esos demagogos de la política, ellos no hablan de sus defectos personales, de su proclividad a la corrupción, de sus falacias, de sus farsas, de sus engaños, de sus promesas incumplidas. Esos conceptos que todos ellos manejan solo se refieren a un severo choque de intereses partidistas, ocultando con ello la desmedida sed de riqueza que tienen para llegar a gobernar. Esa auri sacra fames la cubren, la esconden, la minimizan, la niegan.
Si en la primera arista de aquellos discursos, propuestas, prédicas y promesas se expone un México acorde a lo que debería de ser, a lo que tiene que ser. En el segundo ángulo se expone la realidad del porqué no se es, por qué no se logra. En el primero se promete un poder legítimo y en el segundo se explica una realidad efectiva del porqué México no ha crecido ni con el neoliberalismo, ni con esta Cuarta Transformación de la Nación. La primera arista justifica un México mejor, con la segunda se explica el por qué no se llega a él. No se encuentra el México que deseamos por una sencilla razón: la corrupción de sus actuales y futuros gobernantes.
Si esos políticos que pretenden gobernarnos y/o legislar no acuden a otros lenguajes el destino de México seguirá siendo incierto.
Es cuánto.
Lic. Alberto Woolrich Ortíz.
Presidente de la Academia de Derecho Penal del
Colegio Nacional de Abogados Foro de México, A.C..