Luis Farías Mackey
Hace muchos años, un expresidente me preguntó sobre una determinación del recién creado IFE (hoy INE). Le expliqué las consideraciones políticas hechas valer por los partidos que fueron ponderadas por los entonces Consejeros Magistrados y el Director General, Emilio Chauyffet, para hacer una interpretación un poco demasiado laxa de la ley, y me contestó: “Luis, o el derecho es derecho o no es derecho”. Cuando se empieza por a hacer de la ley un chicle, se termina siempre pegosteado y una liga reventada por estirarla de más pierde toda su utilidad. En el mismo tenor Aristóteles recomendaba al gobernante no ser displicente con las pequeñas exigencias de la ley, porque cuando le sea necesario ser estricto con las grandes ya no podrá.
Por ejemplo y al canto: la señora Taide, del INE, no debió recibir ni encerrase dos horas con Jesús Ramírez, antes de reunirse con los gobernadores de Morena: ni es su interlocutor institucional ni es su nivel (intelectual y burocrático). El Conde de Aranda, embajador de España en Francia hizo mil y una malabares, pero jamás accedió a intercambiar palabra con madame de Pompadur, por más cercana a Luis XV y poderosa que fuera, porque las cosas y dignidad de España no caían en las artes e influencias de la cortesana. Tampoco debió la consejera presidente recibir solo a los mandatarios estatales de Morena y ¡menos aún! permitir la increparan cual porros que son. Pero ya es demasiado tarde. Entre la alternativa de escoger el respeto y acatamiento de sus atribuciones constitucionales y legales, por un lado y, por otro, “las conveniencias transitorias de aparecer personalmente accesible y generos(a)”, optó por la apariencia, la abyección y la abierta postración. Qué con su pan se lo coma. Y mientras más pronto mejor.
La magistrada Otalora (TEPJF) considera que estamos ante un “fraude a la ley”, de cara a lo que a diario acontece en el mayor número de partidos en México. El exministro Cossío lo califica de “irregularidades generalizadas” y la consejera Zavala (INE) de “afrenta al Estado de Derecho”. No sólo comparto su parecer, sino que considero que la violación a la ley es tumultuaria y que, cuando sea menester poner orden en los asuntos electorales verdaderamente trascendentes, ya nos será demasiado tarde por haber quemado la vigencia de las leyes, la seguridad jurídica, la dignidad institucional y la mesura democrática en demencias, prisas, infiernillos, caprichos, necedades y bailables. ¡Ignominioso!
En un extremo está el delirio obradorista y su necesidad existencial de ocultar la ausencia y fracaso de gobierno con lo único que sabe hacer: campaña y camorra, así sea por interpósitas corcholatas. Aunque su desesperación lo lleva a cavar cada mañanera más profundamente su tumba, por su adictiva y protagónica necesidad de ser la novia en el casorio, el muerto en el velorio y en el niño en el bautizo. Su caso es el ejemplo mismo de lo que señala Innerarity: La ciencia política ha orientado sus esfuerzos a estudiar cómo acceder al poder, en vez de cómo hacerlo efectivo. Ha llegado el momento de la modestia y humildad para el poder: claudicar en su obsesión normativa de decirle a la gente qué hacer y aprender el arte de gobernar con ella. Y éste no es un esfuerzo individual sino colectivo. También ya es tarde.
En el otro extremo, ganó la desesperación de ver el jolgorio en la casa del vecino estando en ayunas, la sensación de perder el tren, el miedo de no poder alcanzar al contrario que lleva recorrido, aún antes de empezar la carrera, gran parte de la pista, la urgencia del escenario a costa de la estrategia y del Estado de Derecho.
Y en un tercer flanco, el cálculo del ropavejero por estrategia.
En todos, la soberbia de hacer de la ley y del sentido común chacota y creer poder salir airosos de ello. Navegar en los vacíos de la norma sin entender que el vacío sólo conduce al vacío. En el segundo caso, el espejismo de apostar a la tecnología como Abracadabra y no como una disciplina y proceso con método, tiempos y formas. Y fue así, con todo ello, que resultó profecía la admonición de poder convertirnos en un país de cínicos. Y ya lo somos y con creces.
A lo largo de innúmeras reformas, nuestros partidos torturaron la ley, violentaron su espíritu, desnaturalizaron su dignidad y propósito civilizatorio, hicieron de la técnica legislativa un reguilete, convirtieron la democracia en su papel de baño reusable. Finalmente, con su hacer, hoy ya nadie puede negar que hicieron del Congreso befa, escarnio y algo inservible y denigrante, del Ejecutivo un manicomio y del Judicial oprobio.
El riesgo, para usar palabras de otro magistrado electoral, Indalfer Infante, es contaminar a tal grado las elecciones que hagamos imposible su remediación y, por ende, su celebración o bien, celebrándolas, su legitimación y eficacia.
A veces pienso que en la locura que diariamente esparce con su ventilador mañanero el presidente, estamos todos juntos construyendo una hecatombe por elección.
En otras… que merecemos la extinción.
Termino citando a Paz, aunque me acuse de mala entraña el presidente: quiera Dios y no dancemos “el fúnebre baile de los disfraces que es nuestra vida Pública” (El Ogro Filantrópico). Y hago mías sus palabras, que de cobardes basta con los de la tiranía.