* Durante los últimos meses de este gobierno podrían ocurrir dos hechos que permitirán colocar la lápida del fallido proyecto de la Revolución: la desaparición de las siglas del PRI que fue, no del partido, y la quiebra pública de Pemex
Gregorio Ortega Molina
¿Durante cuántos años se han empeñado en la reingeniería política y social del país? Al menos desde 1917, pero aceleraron el proceso a partir de 1982, cuando convocaron a la venta de los activos del Estado, para adelgazarlo y hacerlo eficiente. Aunque hoy no funcione mejor.
Durante los últimos meses del gobierno podría ocurrir dos hechos que permitirán colocar la lápida del fallido proyecto de la Revolución, para avanzar sin contratiempo en la integración del bloque de América del Norte: la desaparición de las siglas del PRI, que inicia con la modificación total de su imagen gráfica -el escudo-. Poco importará que José Antonio Meade se haga con el triunfo, el priismo concebido por Calles y fortalecido por Cárdenas, será un mal recuerdo para los artífices de la seguridad regional de Estados Unidos.
El segundo, la quiebra pública de Pemex. ¿Por qué lo deduzco así? Cuando en el Congreso se discutía la reforma constitucional de la estatización bancaria, según me contó Manuel Buendía, el columnista de Red privada preguntó a José López Portillo la razón para hacerlo, a lo que el último presidente de la Revolución respondió: “Para quitarle la tentación a Miguel (De la Madrid)”.
En lugar de tardar seis años la contrarreforma, requirió de once reiniciar la privatización del sistema financiero nacional, y sólo cuatro iniciar su enajenación para ponerlo, casi en su totalidad, en manos extranjeras.
Supongo que EPN y quienes promovieron la reforma energética, desean asegurarse de que en este caso no habrá marcha atrás, y para ello necesitan que Pemex cese de existir, sea un mal recuerdo por aquello de la corrupción que propició, tanto en el STPRM como entre sus directivos. Olvidan que cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó en 1938, la empresa que sí fue orgullo de México no existía. Pero enterrarla, equivale a sepultar toda tentación de una contrarreforma constitucional en materia de energía.
Quienes están dedicados a la construcción de un México nuevo, de ofrecer a los gobernados otro paradigma y un novedoso contrato de esperanza, ya debieran estar informando sobre cuál es el proyecto, porque lo que hasta hoy se ve, sólo es un tiradero sobre los cadáveres de un cuarto de millón de asesinados o ejecutados o fallecidos como daño colateral; también sobre la incertidumbre de lo ocurrido con más de 25 mil desaparecidos y un número desconocido de fosas clandestinas y, además, sobre la ausencia de valores éticos, morales y cívicos y referentes históricos, porque decidieron poner en el basurero de la historia las gestas de Independencia y Revolución que, mal que bien, dieron a esta nación sentido de pertenencia, de identidad y de soberanía. No dejaron nada.
Resultará interesante ver qué se proponen construir, aunque a lo peor nos llevamos un chasco.
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