* Nada detendrá la corrupción y la impunidad, mucho menos el incumplimiento del mandato constitucional, hasta que decidan reformar la fuente de todo mal: la institución presidencial. Es el alfa y la omega en el fracaso del proyecto de nación
Gregorio Ortega Molina
Ninguno de los mandatarios mexicanos ha cumplido a cabalidad con el ordenamiento constitucional. Los titulares del poder Ejecutivo son los primeros en violar la ley, incumplir la Constitución, fomentar la impunidad, favorecer la corrupción -que no es estrictamente pecuniaria-, porque simular los convierte en inmensamente poderosos. Compiten con las deidades.
Carranza lo comprendió en Tlaxcalantongo. Adolfo de la Huerta cuando Álvaro Obregón se lo hizo entender por las buenas, y el Manco de Celaya se percató de su error cuando escuchó el disparo de José de León Toral.
Plutarco Elías Calles creyó ser todo, porque el reordenamiento de la sucesión presidencial le funcionaba, a pesar de Huitzilac y el destierro de José Vasconcelos, pero hete aquí que el general Lázaro Cárdenas debió ponerlo en un avión con destino a Los Ángeles, porque intentó mangonearlo.
Juan Andreu Almazán y Miguel Henríquez Guzmán sólo fueron unos accidentes, cruentos, pero pacificaron a sus seguidores. Desde López Mateos hasta Claudia Sheinbaum Pardo los titulares del Ejecutivo se las ingeniaron para únicamente pasar como represores, conscientes de que reprimir no nada más requiere de las policías o las fuerzas armadas, comprendieron pronto que el mejor instrumento para apaciguar los ánimos de propios y extraños, está en el uso discrecional de los recursos del erario, de permitir que el dinero fiscal circule, y cerrar los ojos.
La codicia de los políticos mexicanos se desbordó con la aparición del narcotráfico y la sistematización necesaria del uso de sus recursos, pues como es su costumbre, siempre se dicen que para todos hay. Los cuñados de Luis Echeverría Álvarez creyeron gozar de total impunidad, hasta que el brazo justiciero de Estados Unidos exigió a Rubén Zuno Arce, porque algún agravio les infligió; durante el período de José López Portillo la voracidad quiso saciarse con el petróleo y la venta de protección a cargo de Arturo Durazo Moreno; para que su hermana Alicia se fuera indemne, solicitó a Jorge Díaz Serrano que pagara los platos rotos. Todo indica que durante el sexenio de la renovación moral se contuvieron, pero Raúl Salinas de Gortari rompió todos los parámetros, y desde entonces nada contiene el hambre de dinero, en ninguna de las áreas del gobierno, ni en el PAN y mucho menos en la 4T.
Nada detendrá la corrupción y la impunidad, mucho menos el incumplimiento del mandato constitucional, hasta que decidan reformar la fuente de todo mal: la institución presidencial. Es el alfa y la omega en el fracaso del proyecto de nación.
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