* El proyecto educativo de la Revolución ha sido revocado y sustituido por otro, a pesar de que en las formas parece prevalecer. Mal que bien, los mexicanos que han gobernado desde 1929 hasta hoy, son producto de esa instrucción pública, base para los posgrados en el extranjero
Gregorio Ortega Molina
Ayer EPN debió acudir al Congreso e informar, pero el presidencialismo empezó a dejar de ser funcional cuando los legisladores, vencidos por un capricho político, se negaron a recibir al presidente constitucional en la casa de los mexicanos.
¿Cuál puede ser, entonces, la autoridad con la que se convoca a no apoyar o a rechazar la resistencia de la CNTE a la reforma, a abrir las aulas, para después reiniciar el diálogo? Ninguna.
Diseñaron -y pusieron en funcionamiento- una perversa estrategia para que la sociedad rechace a los maestros disidentes, porque lesionan los derechos constitucionales a la educación.
Malas consecuencias pueden anticiparse, porque no todos compran la receta, no todos se suman a la postura gubernamental, ya que no han sido capaces de establecer una narrativa coherente, capaz de convencernos de los beneficios del radical cambio de proyecto de nación.
Sustituir un modelo educativo por otro, requiere explicación, pues de lo contrario los intereses que se lesionan reaccionarán de manera violenta y, con un poco de suerte (buena o mala, según se vea), encontrarán apoyo social en amplios o reducidos sectores de la población, lo que significa que dista mucho de haber unanimidad; la sociedad está lejos de la confianza y respeto a las autoridades.
Sirviéndose de columnistas, líderes de la opinión pública y de un supuesto modelaje de los criterios que apoyarán el cambio de proyecto de nación, lo único que hacen los gobernantes, es azuzar a unos contra otros, porque carecen de respuestas adecuadas, de autoridad ética y moral lo suficientemente acreditadas para imponer criterios.
Apostar al establecimiento de diferencias y aprobación automática de un modelo sobre otro, es algo más que infantil.
El proyecto educativo de la Revolución ha sido revocado y sustituido por otro, a pesar de que en las formas parece prevalecer. Lo que dejaron al artículo 3° constitucional original, al proyecto vasconcelista de las brigadas culturales y de educación normal, y los libros de texto gratuitos conceptuados durante el gobierno de Adolfo López Mateos, mostraron sus virtudes. Mal que bien, los mexicanos que han gobernado desde 1929 hasta hoy, son producto de esa instrucción pública, base de los posgrados en el extranjero.
Lo supuesta reforma no mostrará sus beneficios, o daños, sino hasta dentro de una o dos generaciones; anticipar que es lo que mejor puede ocurrir a los niños mexicanos, es más que temerario. En amplio sentido es un homicidio de formas y costumbres con las que hemos vivido, incluso con éxito, como lo es la Doctrina Estrada.
Argumentar que los “violentos” maestros de la CNTE son delincuentes de la peor ralea, porque quitan a los niños su derecho constitucional a la educación, es infantil.
Asegurar que lo que ofrecen -¿alguien puede decirnos qué ofrecen?- es ensanchar la puerta que nos conducirá al umbral del Primer Mundo, proporcionando la dignidad que da el conocimiento, está por verse.
Así pues, en lugar de azuzar y proferir amenazas, divulguen bien el producto que venden, a ver si la sociedad se los compra.