* Aquí sí cabe el dicho: muerto el perro se acabó la rabia. Mientras la corrupción continúe como lubricante para paliar la crisis económica y del sistema político, el Estado permanecerá a un tris de perder esta fatídica guerra
Gregorio Ortega Molina
Damos por sentado que los dichos populares nos transmiten una verdad de a kilo, lo que no siempre es correcto. Por ejemplo, no es el hábito el que hace al monje, sino a la inversa.
En una entrevista en la que se preguntó a Carlos Salinas de Gortari sobre las facultades metaconstitucionales del presidencialismo mexicano, afirmó que no habían menguado, que dependía del Presidente de la República en funciones el disponer o no ellas, aplicarlas con acierto o error.
Así es en el caso del hábito. El monje lo llena y le da prestancia, como cuando dicen de mujeres y hombres: lo que se pongan, se ven bien. Pues lo mismo ocurre con los cargos público, las secretarías de Estado y la presidencia de México. Quienes las tienen a cargo hacen lucir, o no, a las instituciones, aunque hay algunas que exigen, para conducirlas, características especiales en los funcionarios públicos, cierta flexibilidad en la conciencia, preterirla en favor del Estado. Además, silencio, discreción. Lo dijo Jesús Reyes Heroles (el bueno): Gobernación no se nota, se siente.
Conocí a Genaro García Luna en una comida a la que convocó Catalina Noriega. Entonces era el AFI mayor, luego creció en estatura y mañas, pero por el poder que le compartió Martha Sahagún. La garantía de impunidad modifica conductas, más que la tan traída y llevada razón de Estado.
Las lucubraciones anteriores obedecen a que mientras esperaba a mi comensal en un desayunadero, escuché de la mesa de al lado: “¿Alfonso Durazo? No la…”.
He tratado al señor Durazo en tres etapas de su vida: cuando nos presentó Liébano Sáenz y entonces atendía las necesidades de Luis Donaldo Colosio; en su función de Director General de Comunicación Social en la SEGOB de Esteban Moctezuma Barragán, y cuando capoteaba a Martita para poder ser secretario particular del presidente Vicente Fox.
¿Puedo imaginarlo como secretario de Seguridad Pública Federal, a la que sumarán las responsabilidades de la seguridad nacional, incluida la regional y la compartida con Estados Unidos?
Ha titubeado, lo que me da mala espina. Siempre no habrá Guardia Nacional; su disquisición sobre el perdón y las acepciones de esa palabra en el ámbito de la justicia secular, no religiosa, inquietan; no lo he escuchado expresarse sobre lo que debe ser la seguridad nacional, y se apresta a seguir un plan de pacificación a tres años, cuando no hay garantía de éxito, porque las finanzas de los barones de la droga son autorrenovables, sin importar las cantidades confiscadas.
No es la lana, es la impunidad garantizada por la corrupción de los cuerpos de procuración y administración de justicia. Aquí sí cabe el dicho: muerto el perro se acabó la rabia. Mientras la corrupción continúe como lubricante para paliar la crisis económica y del sistema político, el Estado permanecerá a un tris de perder esta fatídica guerra.
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