* Estamos en un dilema, en el que el corazón mismo del modelo político, que es el mandato constitucional, es sustituido por la moral evangélica
Gregorio Ortega Molina
Cuando conocí a Porfirio Muñoz Ledo tenía 20 años, vivía esa inmadurez en la que se puede admirar y respetar a una persona. Luego de su salida de SEP se transformó en un político de tonos grises y olvidos cómodos. Perdió de vista que la vejez tiene secuencias bíblicas, y los miembros de la tercera y cuarta edad van donde los llevan, ya no donde desean.
Lo ocurrido en la Cámara de Diputados como consecuencia de la legal y necesaria renovación de su presidencia; escudados los integrantes de MORENA en el número y las alianzas, para reformar una ley que les impedía permanecer más allá del tiempo constitucional indicado, puede darnos un indicio de dónde está la amoralidad en este gobierno.
Elijo ese término porque ellos, los gobernantes, hacen uso de él, olvidados de que la política, en estricto sentido, carece de moral, aunque no de normas éticas o de reglas adecuadas para un juego limpio, pero como decidieron modificar el 130 constitucional y abrieron la puerta al ejercicio político de las órdenes religiosas, entre ellas los evangélicos, la moral se ha convertido en un recurso de su narrativa, aunque la acomoden de acuerdo a sus intereses, porque para escalar hacia el poder es ciertamente necesaria una buena dosis de amoralidad.
Las decisiones de gobierno, las que redefinen el futuro de una nación, modifican conceptos como el de patria e identidad nacional, soberanía y relaciones bilaterales, siempre son asumidas en absoluta soledad, porque las consecuencias son impredecibles, y en no pocas ocasiones implican sacrificios que conllevan pobreza y muerte.
El regreso de Carlos Slim a los pasillos de Palacio Nacional indica el contenido y el color de la moralidad del gobierno, que acusa a opositores de toda laya de derrotados moralmente.
El rescate político de Manuel Bartlett, el resultado de la “renegociación” de los gasoductos, la impudicia de la delincuencia organizada, el silencio sobre el combate al narcotráfico, el acuerdo migratorio con Estados Unidos y otras decisiones políticas del actual gobierno, nos dan la medida de su dimensión y densidad moral, esa con la que fustigan a los que no están de acuerdo con los resultados obtenidos en 10 meses de gobernanza de la 4T.
Estamos en un dilema, en el que el corazón mismo del modelo político, que es el mandato constitucional, es sustituido por la moral evangélica.
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