* La pacificación, reconciliar a los mexicanos, conceder un perdón razonado y justificado sólo puede o debe hacerse después de haber administrado justicia, si así no lo comprenden, allá ellos
Gregorio Ortega Molina
La información es escueta, sin mayor aportación de elementos que permitan determinar cuál es el verdadero estado jurídico del recién sentenciado: “Javier Duarte de Ochoa fue condenado por un juez federal a nueve años de prisión tras declararse culpable de los delitos de asociación delictuosa y lavado de dinero; es decir, llegó a un acuerdo para reducir los años de penalización”. Falta mucho por saberse.
¿Puede impugnarse la pena? ¿Y los otros delitos de los que está acusado? ¿Cuántos de los cadáveres encontrados en las fosas clandestinas llegaron a ellas bajo su mandato? ¿Y los periodistas asesinados? ¿Y el narcotráfico?
Supongo -a lo peor ingenuamente- que los juicios se encadenarán y las sentencias podrán sumar las penalidades de unas sobre las otras. Este fandango judicial no ha concluido, considero que apenas inicia, y de su continuación podrá desprenderse cuáles fueron los convenios -si los hubo- entre el Presidente de México que se va y el que llega.
Dados los tiempos del Poder Judicial de la Federación, debido a la parsimonia exigida a los jueces cuando de dictar sentencias se trata, deduzco que los futuros capítulos sucederán durante las primeras semanas o meses de la regeneración nacional y los propósitos de perdón, sin olvido, y entonces podremos ser testigos de qué lado masca la iguana.
El dilema es otro, nos trasciende, es casi teológico, sobre todo cuando la legalidad, en su empeño de ajustarse a la ley, siempre está un paso atrás de la justicia; en las condiciones de postración en que se encuentra el país, inmerso en esa impunidad que da cuerda a la violencia y la corrupción, lo que se requiere, se exige, se demanda es que prive la justicia sobre la norma jurídica.
La pacificación, reconciliar a los mexicanos, conceder un perdón razonado y justificado sólo puede o debe hacerse después de haber administrado justicia, si así no lo comprenden, allá ellos.
Para ayudarlos recurro a Simone Weil en Echar raíces, donde se lee: “… a partir del momento en que tras de la patria se alza el viejo Estado, la justicia está ausente”, lo que significa que el proceso de regeneración nacional debe ser constante en tanto no se refunde la República y se convierta en su IV versión, con el riesgo de que en el camino decidan darnos más de lo mismo.
Duarte de Ochoa debe vivir un primer capítulo, lo demás nos dará la medida del cambio.
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