* En Francia Charles de Gaulle y François Mitterrand hicieron lo que los intelectuales y políticos de esa nación identifican como travesía del desierto. Marcelo Ebrard lo sabe, como también está enterado de que para “hacer política” no es necesario -hoy- ocupar un cargo, basta con la inteligencia, la buena pluma y el manejo de impresos y redes sociales
Gregorio Ortega Molina
Nuestros políticos “huehuenches” tienen la peregrina idea de que únicamente se hace política desde la administración pública o gracias a un cargo de elección popular. No es verdad.
Intelectuales, novelistas, críticos desde la prensa, directores de medios, ejercen el oficio de la política: Destacan Norberto Bobbio, Leonardo Sciascia, Rubem Fonseca, Karl R. Popper, Raymond Aron, Georges Simenon, con su novela Los anillos de la memoria. En México sobresalieron Regino Hernández Llergo, José Pagés Llergo, Ortega, Julio Scherer y, obvio, Octavio Paz. El ogro filantrópico y El laberinto de la soledad son textos escritos para incidir en los modos de la política, como lo son la novela de la Revolución y la obra biográfica de José Vasconcelos, lamentablemente “espulgada” después de la edición de Botas.
A Scherer lo corrieron a patadas de Excélsior precisamente por hacer política y porque no gustó del candidato de Luis Echeverría. Hoy tenemos columnistas y editorialistas que tejen fino para incidir en el quehacer político, y lo logran, por eso les va como les va.
Lo anterior viene a cuento, porque en diciembre de 1977 Porfirio Muñoz Ledo me invitó a desayunar en su casa. En el preámbulo preguntó: ¿qué opina? De inmediato respondí: Aléjese un tiempo, lea, después regrese a la academia y escriba, conviértase en la conciencia de la nación. Su respuesta fue inmediata: eso es para los viejos. Claro que insistí, lo conminé a seguir el camino que inicialmente se auto adjudicara Emilio Uranga. Se negó por esa falsa necesidad de codearse con los poderosos.
En Francia Charles de Gaulle y François Mitterrand hicieron lo que los intelectuales y políticos de esa nación identifican como travesía del desierto. Marcelo Ebrard lo sabe, como también está enterado de que para “hacer política” no es necesario -hoy- ocupar un cargo, basta con la inteligencia, la buena pluma y el manejo de impresos y redes sociales. Pero está obsesionado con la urgencia del fuero, con la idea de lograr un cambio desde dentro, y así terminará sin dejar un legado que sus seguidores y, por qué no, alumnos, puedan seguir, que los mexicanos sabedores de la necesidad urgente de la reforma del Estado, puedan consultar. Prefiere ser mangoneado por Claudia Sheinbaum.
Sabe, a ciencia y paciencia, cuál es nuestra realidad, más allá de “los otros datos”, pero demostró no estar interesado en trascenderse para trascender y no quedarse de gato de angora.
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