* Hay el propósito de purificar a México; empiezan, ya, a instalar la piedra de los sacrificios
Gregorio Ortega Molina
¿Qué legitiman las Fuerzas Armadas cuando se subordinan al poder constitucional y civil? ¿Deben, los líderes militares, mantener un perfil bajo, o transformarse en actores principales cuando se aspira a un cambio de régimen, porque el proyecto de nación existente fue traicionado y por ello dejó de ser funcional?
México, como idea de patria y concepto de identidad nacional está en un impasse, porque los que gobernaron a partir de 1982 dejaron un tiradero, y los que llegaron con la alternancia temen o son incapaces de llevar al país a la transición. Si el proyecto es la restauración, la analogía está en la República de Weimar y la militarización como consecuencia; si la reforma del Estado anida ya como proyecto en quienes gobiernan, el creciente poder de las Fuerzas Armadas es un riesgo innecesario. Tratarlas con zalamería es insano, deslindarlas de sus complicidades, también.
Están las hipótesis del argentino Juan José Saer. El vacío ideológico es sustituido por la fuerza de las armas.
Prefiero la apuesta de María Zambrano formulada en Persona y democracia. La cita es larga, consume el espacio, pero es imprescindible.
“El sacrificio del privilegio, del lujo máximo de vivir individualmente en beneficio de un Estado que conduce -a ese precio- a una sociedad futura, donde el individuo no tiene ya por qué estar en divergencia, ni en oposición con la sociedad, donde se sentirá en tal unidad como la parte de un todo o el miembro de un organismo. Y no sólo eso. Como es sabido ha habido quien ha realizado ese sacrificio, llegando hasta a acusarse a sí mismo de actos que no cometió, poniéndose la máscara que tal sacrifico requería. Pues como en las religiones más antiguas, se ha vuelto en ciertos lugares de Europa al uso de la máscara; máscara del que exige el sacrificio y a través de la cual se hace eficaz; máscara bajo la cual muere el sacrifico, pero su sola muerte no valdría. Ha de morir con una figura -determinada-, ha de morir no él, el individuo en cuestión que se sacrifica por la sociedad futura, sino un alguien, autor de determinadas acciones, y no de otras, portador de determinados daños y peligros… alguien que no existió, en verdad. Se trata, pues, de un extraño sacrificio; el de un personaje al cual ha de servir una persona humana viviente. Se trata de entrar bajo una figura hueca, fabricada de acuerdo con unos fines cambiantes bajo la cual alguien ha de introducirse para que sea verdadera. De hacer verdad una tragedia, como si en las representaciones de la Tragedia griega el actor que representa a Edipo hubiera tenido que arrancarse los ojos de verdad, sin haber en su vida cometido una falta”.
Hay el propósito de purificar a México; empiezan, ya, a instalar la piedra de los sacrificios.
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