* Tal y como las sociedades suelen cobrarse el agravio, no hay manera de recuperar lo que se pierde. Imposible que el futuro regrese. Está más perdido que el pasado
Gregorio Ortega Molina
Los cuentos infantiles encierran enigmas y enseñanzas para los adultos. El asunto nos acerca al Nuevo Testamento, por aquello de que habrá que ser como niños para acceder al Reino.
Como sea, atemoriza interiorizar lo que esconden las obras de los Hermanos Grimm. Son lecciones de ética que los seres humanos nos negamos a hacer nuestras, porque las consideramos menores, o porque nos negamos a regresar a su lectura. Retomé El flautista de Hamelin por una mención que Rafael Cardona hizo en uno de sus textos de Crónica, pero sin llegar al fondo.
¿Cuál es el verdadero contencioso entre el flautista y los poderosos de la ciudad? ¿Quién incumplió lo ofrecido? En términos actuales y ecológicos, ¿resulta saludable ahogar al ejército de ratas en el río? ¿Cuál es el costo de llevarse a los niños?
Los cadáveres, de animales y seres humanos, contaminan. El agua del río queda inservible para consumo humano por algún tiempo. ¿Habría sido suficiente con hervirla? ¿Usar microdine?
Pero no es eso lo que incomoda a los dueños del poder comprometidos a pagar sus servicios. Ven al flautista como un personaje menor, así como los gobernantes ven al pueblo sobre el que mandan por encima del hombro. ¿Por qué, entonces, pagarle a alguien que no está a la altura? Que se joda, seguramente piensan, y actúan en consecuencia.
¿Y el agraviado? Busca la manera de cobrar. Ya no le importa el dinero, quiere llevarse algo más, y así lo hace, seduce a los niños de esa ciudad, a todos, lo que equivale a huir con el futuro de los que en ella permanecen. Sin hijos en las guarderías, las escuelas y las calles, el mañana resulta imposible.
Tal y como se cobra el agravio el flautista, no hay manera de recuperar lo que se pierde. Imposible que el futuro regrese. Está más perdido que el pasado.
Facilitará la comprensión del suceso y de lo que hoy nos ocurre, la lectura de La condición humana, donde Hannah Arendt nos receta lo siguiente: “… las condiciones de la existencia humana -la propia vida, la natalidad y la mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra- nunca pueden explicar lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos, por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente”.
Imposible que haya espacio para el dilema o la duda: la semilla que desea cobrarse el agravio está sembrada, y siempre a punto de germinar.
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@OrtegaGregorio