*Tiene depositada su evangélica fe en la honradez, honestidad y capacidad de los militares para dirigir un gobierno que sea hábil y honrado para crear riqueza, y por ello los compromete ya en sus grandes proyectos de desarrollo
Gregorio Ortega Molina
¿Deben los periodistas en general, los analistas políticos en particular, guardar silencio ante lo que ven y atestiguan que sucede en el país? ¿Deben convertirse en cómplices del gobierno o de la oposición? ¿Recuerdan desde el gobierno los motivos de la ejecución de Belisario Domínguez?
Resulta obvio que el señor Andrés Manuel López Obrador se da perfecta cuenta del peso de sus palabras, por eso critica, denuesta, hace escarnio, se burla, se mofa, desacredita… a grado tal que ya es preciso que sea considerado responsable por lo que ocurra físicamente a los denigrados junto con sus familias… vituperados con, o sin razón.
Es importante y urgente que el presidente de México asuma, ya, el peso y las consecuencias de las decisiones por él tomadas. Naturalmente sabe cómo y por qué procede de esa manera; el hecho de que, a nosotros, los mortales del tercer sótano nos resulte un arcano carece de importancia, porque los que se manejan en el primer piso del poder político y económico meditan ya en la verdadera dimensión de la entrega a las Fuerzas Armadas de una cada vez mayor participación de la actividad económica. No se trata de dudar de la capacidad de militares y marinos para cumplir con sus novedosas tareas, sino de preguntarse ¿cómo le harán para regresarlos a los cuárteles, promesa formulada por quien hoy manda?
El presidente López Obrador decidió hacer de los términos legítimo y legal sinónimos. Para sentirse a gusto con él mismo, confunde justicia con ética y moral; es de esa manera que asume, para su conciencia, el peso de sus decisiones, sin detenerse a considerar que podría encontrar su verdadera ubicación en el mundo durante junio próximo, o cuando se consulte la revocación de mandato, o durante 2024, o definitivamente hasta que se decida que ya es momento de redactar los libros de historia de su sexenio o, si se prolonga el uso y abuso de la banda presidencial, de su gobierno.
¡Vamos, sean sensatos y pregúntense cuál es el proyecto de nación de la 4T! Lorenzo Meyer hizo en El Universal un breve recorrido histórico de lo que fueron las anteriores épocas de reforma o transformación de México como nación, pero al llegar a lo que hoy tenemos enfrente no acierta a encontrar las palabras adecuadas para describirlo. La razón es sencilla: imposible hablar de lo que no existe, de lo que no es oferta, sólo esbozo, quimera.
Enjuiciar -al menos públicamente- a los expresidentes, denostar al pasado, enterrar el neoliberalismo, para construir ¿qué? A estas alturas ya debió darse cuenta de que los programas sociales no reactivarán la economía, de que durante su período constitucional de gobierno el PIB no crecerá ni la confianza de los inversionistas, en su totalidad, regresará. Quizá por ello tiene depositada su evangélica fe en la honradez, honestidad y capacidad de los militares para dirigir un gobierno que sea hábil y honrado para crear riqueza, y por ello los compromete ya en sus grandes proyectos de desarrollo.
Nadie debe guardar un silencio cómplice con lo que hoy ocurre en México.
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Son torpes en este gobierno hasta para adornarse. Bautizaron como Correcaminos a las brigadas para vacunar a toda la población. Ya debieran estar inoculando a los de la tercera edad, y los que andamos en esas nos preguntamos dónde, cuándo, cómo. Mostraron un plan de distribución de la vacuna, pro olvidaron que lo que necesitamos, ya, es un plan de vacunación, aunque como escribe Héctor Aguilar Camín, pretendan inocular lo que no existe.
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@OrtegaGregorio