* ¿Qué motivó a Alejandro Encinas a abrir la boca? ¿Se sintió insuficientemente retribuido con el nombramiento del hijo? ¿Dejó de soportar el peso histórico de las decisiones tomadas? Imposible aceptar que fue una distracción, pues habló y presentó su “verdad histórica” porque así se lo instruyó su verdadero patrón, el presidente de la República
Gregorio Ortega Molina
Las normas no escritas -también las asumidas por costumbre y en silencio- de la administración pública en México tienen sus peculiaridades. La última instancia, en asuntos políticos graves, es la institución presidencial. Quiérase o no, es la responsable absoluta de lo que aquí sucede con vidas y haciendas.
Suponer que Alejandro Encinas piensa y habla por él mismo, es un error. El caso Ayotzinapa es parte de los desvelos presidenciales. Soñó Andrés Manuel López Obrador con culpar, otra vez, al pasado, pero en el camino -debido a las decisiones tomadas como parte esencial de su proyecto de trascenderse y rozar la eternidad- topó con la sombra verde oliva de los generales, y siente ya que lo engulle y deglute para después excretarlo.
Imposible saber en qué momento el subsecretario Encinas informó al primer oído de la nación, y si fue requerido por ese exigente patrón, por sentirse apremiado para conjurar, pronto, las consecuencias del empoderamiento económico y político de “sus” generales. ¿Cómo lo conversaron y qué decidió el presidente de la República? Lo primero carece de respuesta, en cuanto a lo decidido queda claro: suéltalo como lo tienes. Ambos sabían que la información no estaba confirmada. Por ello lo defiende a capa y espada.
Lo anterior me permite suponer que hoy, la relación sostenida entre el Primer Jefe de las Fuerzas Armadas y “sus” generales no debe ser tersa, está trufada de intereses, promesas falsas y verdaderas y rencores escondidos, porque nadie desea cargar con el muerto de los resultados graves de políticas públicas concernientes a la seguridad nacional y a la administración de la delincuencia organizada. Los cadáveres abultan las alfombras, al menos desde 1968.
Azorarse por lo dado a conocer a través de las páginas de The New York Times es pecar de ingenuidad. Las revelaciones periodísticas que cimbran al poder en México son sembradas en el exterior, por su mayor efecto y sus más definitorias consecuencias.
¿Qué motivó a Alejandro Encinas a abrir la boca? ¿Se sintió insuficientemente retribuido con el nombramiento del hijo? ¿Dejó de soportar el peso histórico de las decisiones tomadas? Imposible aceptar que fue una distracción, pues habló y presentó su “verdad histórica” porque así se lo instruyó su verdadero patrón, el presidente de la República, quien intenta dar un estate quieto al monstruo verde que él mismo despertó.
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@OrtegaGregorio