* Prometió no mentir, ahora constatamos que eso le resulta imposible; se comprometió a la austeridad franciscana, y dejó atrás Los Pinos para irse a disfrutar de un palacio virreinal, que nada tiene de juarista. Ofreció acabar con la corrupción. Ninguno de los reconocidos grandes corruptores ha pisado ni pisará la cárcel, y su familia más próxima se venció a esa tentación de disfrutar de lo que no les cuesta trabajo
Gregorio Ortega Molina
Considero, en absoluta lógica y en normal sentido común, que los conceptos de moral y ética son inmodificables. Pueden tergiversarse, torcerse para servir a fines aviesos, preterirse para imponer condiciones de vida, paz, fe, en poblaciones conquistadas o que urge someter, como sucede en la relación entre supuestos gobiernos legítimos y la sociedad.
Hoy nada hay más desvirtuado que el concepto de moral impuesto por la palabra del presidente de la República. Insisto, nada hay más desvirtuado que la moral pública. Se percibe, se resiente en el modo de imponer criterios desde el poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial. Dos hechos pintan de cuerpo entero a Andrés Manuel López Obrador y su claro proceder autocrático. Acusar de traición a la patria a los diputados que, en apego a la legalidad, rechazaron su supuesta reforma energética. Como piedra angular en su criterio, la frase que recorre el mundo: no me vengan conque la ley es la ley. Pues así es, aunque él no lo quiera.
Imponer la conferencia matutina como referente para el ritmo de vida en la República y en la sociedad, equivale a ese absurdo acuñado por los prelados: guerra justa. Toda confrontación bélica -está el registro histórico de los resultados- es lo contrario a la justicia. Los ucranios han de defenderse, aunque para ello pospongan ética y moral para otro momento de su vida nacional.
La presidencia de Donald Trump fue amoral y poco ética, en ese sentido equiparable a la de Daniel Ortega y Nicolás Maduro. El asalto al Congreso de Estados Unidos es el antecedente del intento de asalto al INE. Las instituciones son indispensables para la sociabilidad. Si con ellas en funcionamiento conculcan, por una cosa o por otra, el mandato constitucional, pronto querrán proceder como Pedro Castillo.
Andrés Manuel López Obrador prometió no mentir, ahora constatamos que eso le resulta imposible; se comprometió a la austeridad franciscana, y dejó atrás Los Pinos para irse a disfrutar de un palacio virreinal, que nada tiene de juarista. Ofreció acabar con la corrupción. Ninguno de los reconocidos grandes corruptores ha pisado ni pisará la cárcel, y su familia más próxima se venció a esa tentación de disfrutar de lo que no les cuesta trabajo.
Agobia constatar que vivimos en el sexenio de la gran simulación, y 2023 apunta para peor.
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@OrtegaGregorio