* Cuando los mandatarios de las naciones aseguran que no espían, mienten, porque si no lo hacen con su anuencia, sus instituciones de seguridad interior, las policías cuya obligación es la paz social, proceden a base de infidencias y recolección de información que buscan los “empleados” destinados a ello
Gregorio Ortega Molina
Cuando las agencias nacionales de los países con poder hemisférico o global usan en sus nombres el término inteligencia, estrictamente se refieren a espionaje. Los gobiernos se espían unos a otros, pero una de sus funciones esenciales es el espionaje interno.
Las agencias de investigación recaudan informes de lo que hacen, dicen y piensan los ciudadanos de los países donde operan. A los gobernantes les gusta saber lo que se dice y piensa de ellos, pero sobre todo sienten la necesidad apremiante de estar enterados con antelación, si algo se planea en contra de sus proyectos, de sus sistemas de control y propaganda.
En México el espionaje interno es un deporte nacional. Lo que fueron la Dirección de Investigaciones Políticas, la Federal de Seguridad, el Estado Mayor Presidencial, las diversas policías y la Sección Segunda de la Secretaría de Defensa, desarrollaron sus propios e institucionales sistemas de espionaje.
Durante el tiempo que fui reportero, lo mismo en campañas presidenciales que en organismos de gobierno, o cuando operé desde el otro lado, como director de información bajo las órdenes de Leopoldo Mendívil en la secretaría del Trabajo, tuvimos perfectamente identificados a los “espías”, con los que compartíamos teléfonos y espacios. Siempre supimos quién era quién y a dónde se reportaban, pero nunca interferimos ni permitimos que nos bloquearan, o lo suponemos, porque ejercían influencias en las esferas de poder de sus adscripciones administrativas o ámbitos de interés de sus directivos.
Imposible de probar, pero también ineludible suponerlo, el poder se sirvió de la prensa -antes y ahora- para “orientar” o desinformar a la llamada opinión pública, y de acuerdo a las necesidades del Estado, aunque con mayor frecuencia, sujetas esas filtraciones a camarillas y grupos en pugna por hacerse con el poder.
La intoxicación informativa está amarrada a las ambiciones profesionales y/o económicas de los periodistas o dueños de medios informativos de los que se sirven. De la lectura atenta de la publicado como “exclusiva” y la detección oportuna de sus consecuencias, puede coludirse cómo y a quiénes sirvió lo hecho público. He detectado, al menos, dos de esas ocasiones, las hice públicas en su momento, y me gané el rencor de esos periodistas que resultaron exhibidos por los fallecimientos causados debido a sus “infidencias”. La rectitud profesional es mal vista, la cobran más alto que los intereses bancarios.
Cuando los mandatarios de las naciones aseguran que no espían, mienten, porque si no lo hacen con su anuencia, sus instituciones de seguridad interior, las policías cuya obligación es la paz social, proceden a base de infidencias y recolección de información que buscan los “empleados” destinados a ello.
Desde la publicación de Crimen de Estado he sido “acompañado” por dos amistades que me fingieron afecto y me “confiaron” información, y tuve y mantuve la templanza de hacer oídos sordos y deslindarme de lo que hace daño en materia de control informativo y desinformación.
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@OrtegaGregorio