* Supongo, y es una hipótesis, que el hombre cree tener disponibilidad de la vida de la mujer, por celos, por envidia, porque sabe, a ciencia y paciencia, que son complemento, que él depende de ella, y viceversa, pero al que lleva los pantalones gusta de ser visto como señor, tlatoani, mandamás. Por eso las mata
Gregorio Ortega Molina
Casi se comen vivo a Enrique Peña Nieto cuando se atrevió a afirmar que la corrupción es un fenómeno cultural. Erró por poco, es un asunto civilizatorio, en ese estricto sentido, también lo es de la cultura. No existe nación alguna que no registre fenómenos de corrupción. Quizá no como engrane para el funcionamiento del gobierno, pero está presente en los diversos ámbitos de la vida cotidiana, y también del crimen organizado.
El feminicidio va un poco más allá. Atávico como pocos hábitos que determinan el comportamiento del hombre con la mujer. Es bíblico, nace con la alegoría de la costilla de Adán y la mujer que se adueña del escenario del pecado de la carne, de la lascivia y, a través de ella, el control de la voluntad de los hombres amados por esas mujeres inteligentes y poderosas. Ana Bolena y María Estuardo son la tesis y antítesis del poco conocimiento que las civilizaciones y los hombres tienen de la inteligencia y la voluntad de las mujeres.
En su texto Esquema de Salomé, José Ortega y Gasset expone con delicadeza el embrollo por el cual los hombres se sienten superiores a las mujeres, y con derechos sobre ellas. El final es espléndido y clarificador: “Pero es una historia demasiado intrincada y prolija para que yo la cuente aquí ésta del trágico flirt entre Salomé, princesa, y Juan Bautista, intelectual”.
Es la eterna repetición de ese esquema que sirve de modelo a la narrativa de la 4T: culpar al pasado, a los demás, a los que son distintos y diferentes a ellos. Cristo, que se inclina y escribe sobre el suelo (¿lo dicen, lo sabemos?) mientras espera la respuesta a su sugerencia o indicación, nunca una orden: “El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra”. El tiempo se detiene, la pecadora está arrepentida, porque sabe que el adulterio siempre es cosa de dos, lo mismo que la lujuria y el sexo y el devaneo, o el flirt, como lo advierte Ortega y Gasset.
Supongo, y es una hipótesis, que el hombre cree tener disponibilidad de la vida de la mujer, por celos, por envidia, porque sabe, a ciencia y paciencia, que son complemento, que él depende de ella, y viceversa, pero al que lleva los pantalones gusta de ser visto como señor, tlatoani, mandamás. Por eso las mata.
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