* Los ciudadanos están convencidos de que los protege el Estado, y así es normalmente, es lo fundamental, nuestra prioridad. Pero lo que ignoran es que, si esa protección lo requiere o se resisten a ella (si yerran de mala manera), se impide que estorben y se les anula
Gregorio Ortega Molina
Todo ser humano con ideas arraigadas en su cabeza y cierta experiencia política, tiene su propia percepción de lo que hoy es el populismo. Es un poco como esa cantaleta de las abuelas: cada cual habla de la feria según le fue en ella.
La entrada a populismo en el Diccionario de Política, editado por Siglo XXI y debido a la investigación y elaboración de Norberto Bobbio y Nicola Matteucci ocupa cinco páginas y media columna. Hay acepciones para todos los gustos, pero creo que los más coincidiremos en esa definición que condujo a Alemania al peor capítulo de su historia, con el tío Adolfo a la cabeza, y a Italia a esa ridícula y sangrienta opereta dirigida y cantada por Benito Mussolini.
Sin embargo, el concepto mantiene una consistencia gelatinosa. Llaman política populista al Peronismo, pero de idéntica manera pueden percibirse los resultados del discurso de Donald Trump y, aunque les parezca temerario o que estoy totalmente equivocado, lo es la retórica política del cambio en México, la iniciada por Miguel de la Madrid Hurtado, fortalecida por Carlos Salinas de Gortari, continuado por Vicente Fox y Felipe Calderón y consolidada por Enrique Peña Nieto. Construyeron el ensueño político de desplazar el proyecto de nación surgido de la Revolución, para sustituirlo por el paraíso del Primer Mundo, a él llevados por el TLC y la globalización. La mejor expresión irrefutable de esta impostura ideológica y social es el outsourcing y sus consecuencias en el mercado interno y en la degradación de la vida familiar.
Redujeron al Estado de bienestar a la idea de un espejismo de doble vía, porque lo primero que hicieron fue sustraer las herramientas para perfeccionarlo y sostenerlo como enclave de solidaridad y compromiso de lealtad -de ida y vuelta- entre la sociedad y su gobierno. Esconden un mundo aparte, sólo de acceso a los privilegiados, convertido en legal por la voluntad política de los que administran la corrupción con su impunidad. Créditos fiscales, exenciones impositivas, condonaciones y préstamos que nunca se cobran.
Bertram Tupra, personaje de Berta Isla, describe puntualmente el engaño: “… el poder del Estado ha de ser absoluto: sólo así funcionamos, también en nuestras democracias, por mucha separación de poderes que proclamemos. Y basta con cambiar las leyes, o inventar unas nuevas, para que la gente se quede sin dinero y sin trabajo y sin casa, o para que se decida que no existe…
“Los ciudadanos están convencidos de que los protege el Estado, y así es normalmente, es lo fundamental, nuestra prioridad, doy fe de ello. Pero lo que ignoran es que, si esa protección lo requiere o se resisten a ella (si yerran de mala manera), se impide que estorben y se les anula”.
Y en esa situación se colocan las antípodas: Nestora Salgado y Javier Duarte de Ochoa, y no hablemos de empresarios como Germán Larrea, que no se inmutó con los vertidos de sus minas al Río Sonora. El costo social lo pagan otros. Así es como funciona el verdadero populismo.
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