* ¿Conocemos el destino de los desechos nucleares de nuestra única planta de energía atómica?
Gregorio Ortega Molina
Buena parte de mi vida he confundido la realidad nuclear con la ficción de novelas y películas. El miedo, el terror a la destrucción total -cuando menos el mío, después de abrir los ojos- no proviene de una guerra atómica, sino de la manera en que se guardan y por cuánto tiempo los residuos nucleares.
Conozco la verdadera dimensión de la palabra confinamiento en cuanto leo Arenas movedizas, donde Henning Mankell nos refiere el conocimiento por él adquirido de la existencia de dos sitios donde han decido ocultar material de desecho nuclear. Los lugares están cavados en la roca, a miles de metros de profundidad; se prevé que una vez encapsulados en cobre y sellados sólo podrán abrirse, con garantías de que no se perjudicará la salud ni el medio ambiente, una vez transcurridos 100 mil años. ¿Habrá seres humanos entonces?
Mankell tiene buen cuidado de documentar los estragos causados por la radiación en el cuerpo, la horrenda deformación, el terrible dolor, la sorpresa de darse cuenta de que metimos al enemigo en casa.
Nos da cuenta del fallecimiento de Marie Curie, pero también de los que murieron en medio de atroces dolores y malformaciones por ignorancia, como sucedió con el descubridor de la pintura fluorescente, usada para dar color a las manecillas luminosas de los primeros relojes en los que podías consultar la hora sin necesidad de prender la luz.
El efecto de la explosión atómica puede equipararse a la fulguración total que te consume sin dejar huella de tu existencia, o quizá como ocurrió en las explosiones de Japón: la imagen de una sombra en la pared o el suelo, como si estuviésemos observando un negativo.
El confinamiento de desechos nucleares ubicado en Suecia está en la localidad de Oskarshamn; el otro, si bien recuerdo la lectura, está en Onkalo, Finlandia.
Mankell transmite el miedo en su exacto tamaño: “… A tanta profundidad que el permacongelamiento no altere y dañe las cápsulas de cobre donde hoy contamos con almacenar para siempre los residuos nucleares. En el interior de una roca que, sin ninguna duda, lleva sin moverse periodos de tiempo interminables, sellarán esa basura atómica. Cuando los residuos hayan dejado de ser peligrosos, se confirmará como verdadero o falso lo que hoy no son más que suposiciones. En el mejor de los casos, nadie habrá forzado la cerradura de ese almacén de cien mil años”.
Es momento de que nos preguntemos dónde están confinados los residuos nucleares de Laguna Verde, si es lugar seguro y tenemos garantía de que efectivamente la CFE es una empresa de clase mundial, o nos engañaron y más pronto que tarde empezaremos a pagar las consecuencias.
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