* Así como se esfuerzan en consolidar el salto cualitativo en materia económica, este país necesita la reforma del Estado, en la manera de gobernarnos, para, de una vez por todas, construir el andamiaje constitucional y legal que evite estos lastres que se han convertido en fueros y privilegios para unos cuantos
Gregorio Ortega Molina
En la vida, pero especialmente cuando en la actividad política se toman decisiones y se pretende promover a un personaje destinado al poder, toda precipitación conduce a error.
En esta ocasión correspondió a Luis Videgaray Caso, cuando el diplodestape durante el que decidió equiparar a José Antonio Meade con Plutarco Elías Calles, que si bien fue constructor de instituciones, también diseñó y administró con mano férrea el maximato. Una síntesis de lo mejor y peor de México, pero hoy nos pesa, a todos los mexicanos, el modelo de gobierno diseñado por el Jefe Máximo y perfeccionado por Lázaro Cárdenas del Río, al sumar las atribuciones metaconstitucionales al presidente de México en funciones.
Actualmente ese poder diseñado y construido para servir al Estado es casi inoperante, pues los mismos presidentes de la República se encargaron de disminuirlo, al desprenderse de la fuerza que la dieron los activos económicos, y al transformar al modelo de desarrollo de la Revolución en uno de libre mercado y globalidad, cuya principal exigencia fue desaparecer los pilares o correas de transmisión que dieron sustento al poder priista, pues los sectores obrero, popular y campesino son fantasmas que recibieron a José Antonio Meade, pero no pudieron hacer ninguna demostración de fuerza ni unidad.
La reforma al artículo 27 constitucional convierte en un sinsentido a los hombres del campo, en los términos que fueron fuente de votos, presencia y poder político; al haber transformado el artículo 123 en outsourcing y al minimizar al movimiento obrero, dejaron vacío al Congreso del Trabajo, y al darse el corrimiento en los factores de poder, cuando la familia revolucionaria y los empresarios nacionalistas ceden su lugar a los poderes fácticos, las organizaciones populares adquieren la dimensión de una entelequia.
Si el modelo de desarrollo al que se aspira es moderno, actual y globalizador, la ausencia de transición, el temor a la reforma del Estado y a sustituir el sistema de gobierno que precisamente perfeccionó Plutarco Elías Calles, propicia corrupción, inercias en la inseguridad jurídica y violencia, lo que puede poner en riesgo la consolidación de las reformas estructurales, y favorecer así el ensanchamiento de a brecha entre ricos y pobres.
¿Con qué México va a gobernar el próximo presidente constitucional? ¿Privilegiará el poder económico sobre las necesidades de transformación política y alivio social? ¿Irá a la confrontación, amparado en la ley de seguridad interior? ¿Convocará a la transición?
Así como se esfuerzan en consolidar el salto cualitativo en materia económica, este país necesita la reforma del Estado, en la manera de gobernarnos, para, de una vez por todas, construir el andamiaje constitucional y legal que evite estos lastres que se han convertido en fueros y privilegios para unos cuantos.
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