* Aquí está el dilema para una administración de justicia humana, no nada más apegada a la ley y a la norma, sino guiada por la razón, el sentimiento, la ética, como lo describe Virata en Los ojos del hermano eterno, excelente narración de Stefan Zweig. Evoquemos el monólogo de Albert Camus en La caída, y Reflexiones sobre la pena capital, del mismo Camus y Arthur Koestler, sin dejar de lado las consideraciones morales de Alejandro Dumas cuando su personaje testifica, en vivo y en directo, una ejecución en la guillotina, en memorable escena de El conde de Montecristo
* Trascendente sería que la doctora Sheinbaum Pardo, su séquito, los nuevos ministros, jueces y magistrados ofrecieran, ya, su concepto de administración de justicia penal. Nos llevaremos una sorpresa
Gregorio Ortega Molina
Justicia es un término legal, también un concepto ético y además moral. Hoy lo que determina el comportamiento en sociedad y en el hogar son las leyes, las normas que, de acuerdo a los expertos juristas, los sociólogos, los ideólogos y los políticos, debemos acatar los gobernados, los empleados, los alumnos, los padres de familia, los hijos y los guías de la liturgia de los diversos ritos.
Sin hacer a un lado la ética como idea y ruta que abre las puertas a determinados sectores de la población deseosos de ir más allá de las disciplinas cívicas, del buen entendimiento y de la coexistencia entre millones de compatriotas que, supuestamente, anhelamos el mismo destino y tenemos una patria compartida, porque intuimos, sentimos y experimentamos en el comportamiento, la necesidad de colocarnos por encima del crimen, la corrupción y el abuso de poder, para de verdad vivir en paz.
Cierto, imposible convivir sin las normas jurídicas establecidas por los gobiernos, pero también resulta imposible la coexistencia entre los diversos estamentos sociales y profesionales, si no se observan las más elementales reglas éticas.
Quienes son los administradores públicos, ejercen el poder político y económico, modifican sus hábitos morales de acuerdo a las “exigencias” de sus cargos y responsabilidades, y se consideran eximidos de cualquier carga anímica de orden ético. No soportan considerar que pueden vivir en el equívoco y auto justificados.
La denostación pública desde el poder presidencial, la supresión unilateral de instituciones de transparencia o del seguro popular, o de los contratos con los laboratorios médicos, o la cancelación de un aeropuerto para erigir otro, o la destrucción de una selva para tender una vía férrea que no reporta crecimiento, o la terquedad de la soberanía energética y la insistencia de producir gasolinas, o la alianza oculta con el crimen organizado que, por lo pronto, aflora en el tráfico de combustibles, o la nunca exposición de los otros datos, o la inexistencia de los elementos de culpabilidad que se blanden como instrumento de pulcritud de unos y corrupción de otros, se escudan en una legalidad ficticia que nada tiene que ver con la administración de justicia.
Aquí está el dilema para una administración de justicia humana, no nada más apegada a la ley y a la norma, sino guiada por la razón, el sentimiento, la ética, como lo describe Virata en Los ojos del hermano eterno, excelente narración de Stefan Zweig.
La literatura y el poder, la política, la justicia, comunican de manera más comprensible lo que es la justicia y las implicaciones de administrarla o no con sabiduría. El cumplimiento de la ley debe ser puntual y preciso, pero administrar justicia debe incluir una dosis de ética, no de moralina.
Evoquemos el monólogo de Albert Camus en La caída, y Reflexiones sobre la pena capital, del mismo Camus y Arthur Koestler, sin dejar de lado las consideraciones morales de Alejandro Dumas cuando su personaje testifica, en vivo y en directo, una ejecución en la guillotina, en memorable escena de El conde de Montecristo.
Oportuno sería que la doctora Sheinbaum Pardo, su séquito, los nuevos ministros, jueces y magistrados ofrecieran, ya, su concepto de administración de justicia penal, no la de los libros de leyes, o filosofía, o novelas, sino ¿qué creen ellos que es administrar justicia? Sobre todo, en cuanto a lo penal. Nos llevaremos una sorpresa.
==000==
Simulacro y contradicción en el ámbito del poder, en el seno del gobierno, contravienen su propuesta de erradicar la corrupción.
¿Quién dijo miedo? Pues los López Beltrán, que le miden el agua a los camotes y por aquello de no te entumas encubren su amparo en la desinformación -impensable recurrirlo-, pues están conscientes de que su impunidad tiene fecha de caducidad y se acerca velozmente.
No es sólo el contrabando de combustibles. Llenaron las alforjas. Para eso se hacen del Poder Judicial Federal.
Al transcurso de los hechos del viernes 19 de septiembre, caigo en la cuenta que desde 2018 estamos bajo la tutela de un gobierno que vive del simulacro. Todo bajo la “adormidera” de los otros datos y el anhelo de ser como Dinamarca.
www.gregorioortega.blog
@OrtegaGregorio