* Los descorcholatados, por edad y experiencia, deben saber que les están jugando el dedo en la boca, porque sólo uno de ellos habrá de hacer lo mismo a Andrés Manuel, si quiere gobernar
Gregorio Ortega Molina
Andrés Manuel se ha convertido en artífice del engaño verbal, del malabar de la mentira, del engaño comprado como fidelidad. Imposible saber de dónde abrevó tanta capacidad para la traición. ¿La padeció? Lo cierto es que la dispensa como si fuesen chocolates.
Es la única manera de explicarse su obsesión por la lealtad, puesto que sabe que es muy posible que le retribuyen con la misma moneda con la que él paga a quienes -en asuntos de poder y control de los gobernados- lo ayudaron en algún momento de su difícil ascenso al Poder Ejecutivo. Las lecciones del arte de la traición en política están en la historia. Quizá la mejor documentada es la historia de Roma, y la más amenamente narrada está en las novelas de Santiago Posteguillo. O Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Buena parte de la tragedia griega, o Juegos funerarios y Fuego en el paraíso, de Mary Renault. Acá el fenómeno no es nuevo. Para nuestra época, inicia con el asesinato de Venustiano Carranza y, en asuntos de sangre, culmina con el de Luis Donaldo, aunque en materia de poder, hay que estar atentos al modito en que hoy se ventila en los tribunales federales y en las fiscalías. Los medios son nada más el escaparate, por más que el señor Andrés se esfuerce en convertirlos en cómplices.
Elba Esther Gordillo gustaba de recomendar Elogio de la traición. Ella sabía de lo que hablaba, del mismo modo que Andrés Manuel exige a los descorcholatados lo que de cualquiera de ellos teme no cumplirá. La maestra poderosa enterró políticamente a Carlos Jonguitud, y entregó a otros en el camino. Lo mismo hizo nuestro presidente con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y, quizá, Enrique González Pedrero.
¿Qué dicen los analistas de Elogio de la traición?: “Con este título y el subtítulo ‘Sobre el arte de gobernar por medio de la negación’, Denis Jeambar e Yves Roucaute ofrecen una nueva mirada a la política contemporánea, cuyo objeto es gobernar la ultramodernidad.
“Su tesis central es que la que los moralistas llaman traición está inscrita en el sistema mismo de la democracia, mientras la exigencia de adhesión fiel a las personas o las ideologías conduce a los autoritarismos.
“El llamado traidor es un demócrata por naturaleza, está atento a las corrientes cambiantes de opinión y a nuevas circunstancias, y es capaz de llegar a compromisos que salven el consenso mínimo para preservar el Estado y los intereses de la sociedad a largo plazo. El traidor puede gobernar con sus adversarios, a quienes exige una dosis igual de traición a sus anteriores posiciones”.
Los descorcholatados, por edad y experiencia, deben saber que les están jugando el dedo en la boca, porque sólo uno de ellos habrá de hacer lo mismo a Andrés Manuel, si quiere gobernar. Plutarco Elías Calles se fue en un vuelo a Los Ángeles, California; Luis Echeverría Álvarez debió acreditarse como embajador en las antípodas. Es muy posible que el mandamás de hoy no concluya sus días como él lo planea, sino como se lo exija la historia y se lo reclame el pueblo bueno y sabio.
En cuanto a lo que sucede en los tribunales federales y las fiscalías, es necesario tomar nota y estar atento al conflicto de Santiago Nieto y su esposa, Carla Humphrey, tienen con el poder. Es la sublimación del arte de traicionar.
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Ricardo Monreal padece la furia de Titán, o de Polifemo, o esa misma que Goya muestra en su pintura: Saturno devorando a su hijo… Ya lo hizo con los hermanos Yáñez, con Carlos M. Urzúa, que entorile al Cuitláhuac para intentar deshacerse del senador Monreal sólo indica que el santo patrono de los morenos está verdaderamente enmuinado y dejó de pensar con claridad.
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