* Se diría que la prioridad de nuestros líderes no es la prosperidad del país, ni el éxito de su partido, ni el prestigio de las instituciones, sino lograr que su propia figura ocupe todo el espacio iluminado por la fama y el agradecimiento, para que nadie intente siquiera hacerles sombra
Gregorio Ortega Molina
Una de las falsas características del ser del mexicano, es considerar que son especiales, distintos, particulares, genuinos, inigualables, pero hete aquí que como seres humanos las razas, etnias y nacionalidades pueden diferir en color e idioma, en ciertos hábitos, algunas raras costumbres, pero hay más semejanzas que diferencias.
La concupiscencia por el poder se manifiesta de idéntica manera entre los políticos del mundo. El mando en la cúspide de los gobiernos es curiosamente idéntico salvo una única diferencia: los recursos con los que cuenta el mandamás para imponer su voluntad, y con ello me refiero no solamente a las cantidades de dinero que pueda destinar para mover voluntades, sino a la imaginación y la habilidad para que obedezcan sin chistar.
Ahora que son tres los políticos mexicanos que andan tras la Presidencia de la República, más los actores de relleno para apaciguar a la gradería, encontré en la sección opinión de El País, el texto de Almudena Grandes, que de inmediato me remitió a las sucesiones de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. Les comparto lo esencial:
Mark Twain, que aparte de escribir libros maravillosos poseía un ingenio agudo y exquisito, dijo una vez que la Historia no se repite, pero que, a veces, rima. Las rimas de la Historia suelen ser consonantes, y tan armoniosas que bastan para crear un espejismo de repetición. En nuestra trayectoria política reciente, el ejemplo mejor rimado es la insistencia de los poderosos en escoger no al mejor candidato, al más inteligente, o capaz, o brillante, sino al que parece más manso, incluso más gris, al que mejor encaja con el prototipo de tonto útil. Se diría que la gran prioridad de nuestros líderes no es la prosperidad del país, ni el éxito de su partido, ni el prestigio de las instituciones, sino lograr que su propia figura ocupe todo el espacio iluminado por los focos, para que nadie intente siquiera hacerles sombra. El problema es que las cosas a menudo no son lo que parecen y, más a menudo todavía, los candidatos elegidos resultan no ser nada tontos, y por tanto, en absoluto útiles. El ser humano es el único animal que tropieza con la misma piedra todas las veces que haga falta.
Díaz Ordaz supuso que podía mangonear a Luis Echeverría Álvarez; éste creyó que podría imponerle su voluntad a José López Portillo. Carlos Salinas de Gortari formó a Luis Donaldo Colosio, fue algo más que su <<delfín>>, pero debió conformarse con Ernesto Zedillo, quien metió a su hermano Raúl en chirona. Felipe Calderón Hinojosa negoció su sucesión con Enrique Peña Nieto, pero he aquí que el destino los alcanza a los dos, y la traición a Josefina Vázquez Mota y al PAN de nada le habrá servido, sus hijos se avergonzarán de él.