* ¿Quedará algo de amor a México y del deseo de convertirlo en IV República? ¿Sabe el lector la respuesta?
Gregorio Ortega Molina
Albert Camus lo puntualizó certeramente: “Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. En una paráfrasis destinada a los políticos y los amorosos, estoy seguro de que también lo es la traición, porque cometerla equivale a suicidarse. El traidor siempre resulta identificado, ¿o no, Brutus?
El epítome de la traición en ambos sentidos, es Judas. Este discípulo aspiró al control absoluto de la bolsa junto con el poder de la espada, y al amor perfecto del Mesías, del Maestro, del Cristo. Culminó su vida colgado de una higuera.
De lo escuchado recientemente durante conversaciones en desayunos y cafés; de las confidencias entregadas a mis oídos, de la confianza depositada en mi habilidad para hacer pública la información confiada a mi criterio, deduzco que Carlos Salinas de Gortari traicionó a Luis Donaldo Colosio, a Raúl Salinas Lozano, a Antonio Ortiz Mena y a Ernesto Zedillo Ponce de León, por no referirnos al resto de los mexicanos; Zedillo se traicionó a él mismo, a pesar de la estabilidad económica en la que dejó a México.
La alternancia resultó la madre de todas las traiciones. Fox tuvo la oportunidad histórica de hacer la reforma del Estado, pero la cambió por la codicia y la fama, por su pareja presidencial. Felipe Calderón Hinojosa traicionó a su fe y a la Constitución, al declarar una guerra que terminó por convertirse en un conflicto social y político que no tiene fin.
Enrique Peña Nieto fue más traicionado que traidor. Su debilidad de carácter para con las mujeres y sus amigos, favoreció el sublime acto de la traición a él mismo, y así decidió llevar a fatal desenlace el deterioro de las instituciones del Estado.
Lo que hoy tenemos enfrente apenas inicia, pero este gobierno es tutelado por densas nubes de traición a los principios fundamentales señalados en la Constitución, y a las promesas de campaña que rompieron la reticencia de los dubitativos: reforma del Estado, IV República y regeneración nacional. Lo anunciado e instrumentado sin ambages es la restauración de la presidencia imperial, precisamente la que llevó al país a la situación en la que se encuentra, víctima de la corrupción y la impunidad de la mayoría de los que han gobernado desde hace seis lustros, lo que se muestra en la calificación que Ficht dio a la deuda de Pemex: B negativa.
La anterior reflexión trae como colofón el rescate que Emilio Renzi hace de Bertolt Brecht: “La postura de un hombre frente al mundo deberá ser lo más literaria posible. Cualquier hombre de una especie menos afinada se ríe, sin duda, de una raza tan corrompida en la que lo literario es considerado un vicio de carácter. Todos los grandes hombres fueron literatos”.
¿Quedará algo de amor a México y del deseo de convertirlo en IV República? ¿Sabe el lector la respuesta?
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