* El problema de Andrés Manuel es que, con cada fracaso, con cada confrontación, decidió aislarse en un cuarto cerrado cubierto de espejos, para romperlos uno a uno, hasta verse fragmentado
Gregorio Ortega Molina
Hablar de más puede resultar costoso para quien desea el poder de manera permanente y desordenada, para quien intenta pasar a la historia, pero no como un mediocre, sino como el mejor presidente que México haya padecido. Dejar la lengua suelta muestra el verdadero rostro de quien se sirve de la palabra sin detenerse a considerar su significado, o nada más por las ganas de zaherir, humillar, denigrar… la palabra como daga florentina para “asesinar” al enemigo dejándolo con vida, pero desprestigiado, sin posibilidades de rehabilitarse. El estalinismo perfeccionado.
¿Cuántas conferencias matutinas? ¿Importa el número o es mejor considerar el contenido y su resultado? Andrés Manuel, que presume de su amistad con los pastores evangélicos, que se muestra orgulloso de su relación con la feligresía, a quienes convirtió en sus prosélitos; sí, el presidente mexicano que no teme mostrar un “detente”, cuando la norma constitucional especifica la laicidad del gobierno, pasó por encima en sus clases de Biblia.
Recuperamos para él, para que reconsidere si su soberbia pesa más que la sabiduría bíblica, el Eclesiástico, versículos 20,1-8: 1 Hay reprensiones que son inoportunas, y hay silencios que revelan al hombre prudente. 2 Más vale reprender que guardarse el enojo, 3 y el que confiesa su falta se libra de la desgracia. 4 Como un castrado que ansía desflorar a una joven, así es el que quiere hacer justicia por la fuerza. 5 Uno se calla, y es tenido por sabio, y otro se hace odioso por su locuacidad. 6 Uno se calla porque no tiene que responder, y otro, porque espera la oportunidad. 7 El sabio guarda silencio hasta el momento oportuno, pero el petulante y necio no se fija en el tiempo. 8 El que habla demasiado se vuelve abominable, y el que pretende imponerse se hace odioso.
El costo de sus dislates verbales no nada más lo pagaremos unos cuantos y tampoco saldrá barato. No, lo pagaremos todos los mexicanos, y recuperar lo perdido en tres años de vengarse de sus fantasmas, de lo que él imagina fueron desaires o descolones; sí, tres años dedicados a satisfacer esa idea que le destroza el alma y le obstruye la razón. Se sintió puesto de lado por sus pares, pero busquemos respuestas: ¿eran sus pares González Pedrero, Cárdenas Solórzano, Muñoz Ledo, Scherer Ibarra, los Esquivel? ¿Daba la talla para la confrontación de ideas, el debate abierto y franco? ¿Pudo ser integrante del Ateneo, o incorporarse a alguna de las academias mexicanas, o investigador del Conacyt?
El problema de Andrés Manuel es que, con cada fracaso, con cada confrontación, decidió aislarse en un cuarto cerrado cubierto de espejos, para romperlos uno a uno, hasta verse fragmentado. Él mismo desconoce cómo es de cuerpo entero, con la razón expuesta. Lo que reflejan sus ojos es un odio constante, fijo y de obsesión, por sus gobernados, por los pobres, por los que debería defender.
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