Laberintos del Poder
Emilio Trinidad Zaldívar
Andrés Manuel López Obrador tiene claro su arraigado deseo de pasar a la historia como un gran Presidente. Su admiración a don Benito Juárez, a quien quisiera emular, lo llevan a hablar constantemente de la austeridad republicana y a desempeñarse como si fuera un ciudadano común; su comportamiento humilde, modesto, al que el dinero no lo mueve, no lo impulsa -porque lo que busca es la igualdad entre mexicanos-, lo tienen convencido de que con su polémica estrategia de gobierno, permitirá disminuir la brecha entre los opulentos ricos y los pobres y miserables olvidados, rechazados, abandonados.
Sabe que debe actuar en consecuencia del clamor popular, de hacer justicia castigando a saqueadores de las arcas nacionales. Ese gran mal de este país, que ha sido la escandalosa corrupción de los gobiernos anteriores, que uno tras otro se han enriquecido de manera impune y sin castigo alguno, serán el motor que impulse su interés de hacer que el daño a la economía nacional se pague con la cárcel.
Y aunque dice que no buscará perseguir a los ex presidentes, lo cierto es que sabe que si Emilio Lozoya Austin señala a Enrique Peña Nieto y a Luis Videgaray, entre otros, como responsables de los quebrantos a Pemex y del manejo indebido de recursos de procedencia ilícita, no podrá parar las indagatorias que la Fiscalía General de la República haga para castigar a los corruptos.
Sería la primera vez que un Ejecutivo federal pudiera ser castigado por actos de corrupción y quiérase o no, de traición a la patria al haberse hecho de dineros del erario público para beneficio y disfrute personal.
Enrique Peña Nieto y sus colaboradores son sinónimo de ladrones, de pillos de la peor calaña que tendrían que ser castigados con todo el peso de la ley, esa ley que él y sus antecesores violaron permanentemente.
Así entonces, podríamos ver tras las rejas también a Gerardo Ruiz Esparza, el más grande delincuente del sexenio pasado, a Luis Miranda Nava, al ya mencionado Videgaray, a Edwin Lino, y varios más de ese club de corruptos.
Andrés Manuel López Obrador sabe que si no procede o permite se proceda en contra de quienes nos llevaron a la peor época de nuestra historia, su nombre no será bordado en letras de oro como ambiciona estar.
Sabe también que la desatada y terriblemente violenta inseguridad que azota al país entero, será una aduana que habrá de pasar bien librado para aspirar al reconocimiento público nacional, lo que se ve francamente imposible porque hasta ahora, los delincuentes dominan las calles de todas las comunidades que integran a nuestra vapuleada nación, mientras Alfonso Durazo sigue justificando acciones y pensando en su probable candidatura a Sonora.
Hoy por lo pronto muchas de sus ocurrencias caminan de la mano del encono popular.
El tema tan trillado ya del avión presidencial, provocó que cientos de mujeres, que se manifestaban afuera del Palacio Nacional, dejaran sus puertas y paredes en condiciones lamentables.
Estas damas -como muchos ciudadanos más que coinciden en que debe haber prioridades- consideran que el Presidente tiene que atender y resolver los feminicidios y no estar pensando en la venta, rifa o sorteo del avión. Su enojo -el de las señoras- se extendió hasta criticar esa cena con los dueños del dinero que se realizó justo para ver cómo se deshace de esa tan famosa aeronave, mientras mujeres desaparecen o mueren a manos de enfermos mentales.
Quizás López Obrador quiere quitarles un poco de sus enormes y ofensivas riquezas, sabiendo que el país, a través de anteriores administraciones, les dio negocios de los que se hicieron intensamente ricos.
De ser así, poco reconocimiento ciudadano logrará, porque con esos dos mil millones que pretendía sacarles, muchas escuelas, hospitales o clínicas se podrían construir o mejorar, que es lo que el pueblo pobre al que dice defender, quiere ver y saber que se atiende, porque es lo que ellos requieren, además desde luego de empleos que han perdido y de inversiones en el campo que les pertenece.
El avión bien podría transportarlo y evitar el también altísimo gasto que representa viajar en vuelos comerciales, porque el costo de boletos de su séquito de colaboradores y escoltas que viajan de avanzada o con él, también resulta muy oneroso.
El tiempo dirá si a Andrés Manuel López Obrador le alcanzó el tiempo para mejorar las condiciones económicas del país; si pudo con la corrupción; si acabó con la brutal inseguridad y creciente delincuencia; si fue bueno o mejor cancelar el aeropuerto de Texcoco y ampliar para uso comercial el de Santa Lucía; si le sale lo del avión como quiera que a él le cuadre hacerlo; si se acaba el huachicol; si se resuelve el tema de falta de medicamentos en todo el país.
En fin, si puede con el paquete por el que tanto peleó, para pasar a la historia como Benito Juárez.
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