FRANCISCO RODRÍGUEZ
Los analistas más autorizados del funcionalismo estadounidense, los académicos, los jueces de las Cortes estatales, los políticos republicanos y demócratas, los gobernadores y los miembros de la clase gobernante del vecino del norte reconocen que Donald Trump llegó al poder para no hacer absolutamente nada, para destruir lo que había, y para polarizar a la Nación.
Las medidas ofertistas del gobierno de Trump, sus alharacas y despropósitos que aprovecharon los intersticios de la opinión pública, su promesa nunca cumplida de hacer al país más grande y fuerte, lograron dividir al cotarro. Más de setenta millones de votos a su favor, no fueron suficientes ante la oleada de indignación y de franco repudio de más de 75 millones en su contra.
Sólo el voto mayoritario en las urnas y la aplastante mayoría de los consejeros en los colegios electorales, dieron la razón a la democracia electoral. Biden juntó 306 consejeros y una diferencia real de seis millones de votos de a pie en su favor en la elección presidencial.
Y aunque era una verdad de Perogrullo reconocer su aplastante triunfo, el energúmeno de la Casa Blanca se resistió hasta el último momento. Todavía hace unas horas declaró a la prensa especializada que él jamás reconocería la victoria de su opositor. Una incongruencia del tamaño de su estupidez y de su aferramiento al poder.
No dejar el poder, para no ser juzgado por sus delitos
Él en lo personal Trump tiene razón. Busca ante todo su seguridad individual. Aunque todavía no hay procesos federales en su contra, no tardan en formalizarse. Los ilícitos e nivel estatal brillan por su contundencia. Trump está a un paso de enfrentarse con su propio pasado. Es demasiado lo que ha logrado en materia de violaciones a la ley.
Y no tardan en aparecer los procesos por defraudación fiscal, las omisiones durante los últimos veinte años en materia de declaraciones de impuestos, y las agravantes cometidas contra el pueblo norteamericano en materia de intromisiones autorizadas de potencias extranjeras en varios procesos electorales, lo que va a hacer inevitable que la federación estadunidense se vaya tras sus huesos.
Ha sido necesario que los jerarcas verdaderos del Partido Republicano, los organismos financieros de Wall Street, los medios de comunicación, las cadenas televisivas, le urjan a aceptar la derrota y, aun así, el merolico anaranjado sigue atizando el encono entre la basura blanca de sus seguidores para aferrarse inútilmente a no abandonar el poder… y a no ser finalmente juzgado.
¿Otra postulación de Trump dentro de cuatro años?
La debilidad propia de las estructuras de los republicanos logró que algunos estados donde tenía muchos años que el Partido Demócrata no triunfaba, en esta ocasión lo lograra. La debilidad hace renacer el optimismo entre los más recalcitrantes en el sentido de que Trump todavía puede hacerse de las riendas de su partido, estorbar todo lo que se pueda, y hacerse de otra postulación dentro de cuatro años.
Es casi seguro que la elección extraordinaria en el estado de Georgia para elegir los dos senadores que hacen falta dé la razón a los demócratas y éstos puedan obtener la mayoría en el Senado, con lo cual obstaculizarían varios de los propósitos del gran defraudador. Ha sido muy difícil convencerlo de que deberá comparecer ante la justicia.
La polarización electoral y política en Estados Unidos es un hecho. Van a ser necesarias medidas realmente esclarecedoras para que regrese a lo acostumbrado. El daño ha sido hecho, y cuando veas las barbas de tu vecino rasurar, pon las tuyas a remojar.
Que el “caudillo” rebasó sus propios niveles de popularidad
Acá, la última encuesta, obviamente patrocinada, acaba de darnos a conocer –con una amplia difusión pagada con nuestros impuestos—que, a pesar del pésimo manejo de la pandemia, de la actitud criminal asumida con los más pobres en Tabasco, y todos los desaguisados que usted y yo conocemos…
…el “caudillo” de Palacio Nacional remontó sus propios niveles de popularidad y aceptación entre la masa, alcanzando la fantasiosa cifra del 69% de agradecimiento popular. Un absoluto ridículo, una forma de querer marear la perdiz ante la cruda realidad que vivimos los mexicanos. Y todavía no es delito la incultura demoscópica.
O sea que durante el espacio de los últimos treinta días de horrores inenarrables, subió la escalofriante cantidad de veinte puntos que tenía apenas el mes pasado. Eso significa amarrarse el dedo ante el pavor de lo que sigue, si las cosas pasan como en Estados Unidos. Es sabido que cuando allá les da un catarrillo, aquí nos demuele la neumonía.
La polarización se da solamente en torno de quien manda
Es sabido, también, que medios de comunicación aparte, la polarización en este país se da solamente en torno de quien manda. Es la necedad simple y llana del que polariza alrededor de él, solamente de él. No porque la polarización esté causada por una visión diferente, en torno de programas públicos, que son exactamente los mismos fallidos de siempre, sino por la manera de esgrimir argumentos insensatos que sólo generan incertidumbre y más encono.
Bien observadas, las cifras son contundentes, a pesar de que se propongan otros objetivos. Los encuestadores se tapan con la misma cobija del que les paga. Hasta en las encuestas pagadas que ya no saben cómo esconder la mano del gato, y los grandes recursos obtenidos del gobierno.
¿Dónde está ese germen que atenta contra la estabilidad?
No podemos olvidar que, gracias a la Cámara de Diputados, desde el principio del régimen se ha juntado una caja chica de noventa y tres mil millones de pesos que deben ser investigados hasta donde tope.
Si la polarización de todo el país no existe, ¿dónde se encuentra el germen de este virus político y económico que atenta contra la estabilidad y contra la gobernabilidad de este país? La respuesta es clara: está en la indefensión de los causantes cautivos para exigir que sus aportaciones económicas vía impuestos tengan un mejor destino.
Porque no es posible que sólo con el treinta por ciento de los votos obtenidos hace dos años se haya querido erigir y establecer para siempre con un pensamiento único, monocorde y desatinado, un afán absolutista de mando dictatorial e ignorante que no acepta equivocarse, menos recular.
El populismo demagógico de derecha es la amenaza
Y hay quienes siguen atizando esa farsa de apoyo popular de un tercio de los votos del padrón electoral de hace dos años, que ahora son una eternidad, para convertirse en mayoría absoluta de la democracia. Es un engaño cotidiano que hay que recomponer, antes de que sea demasiado tarde. Los ideólogos de huarache y extranjeros infiltrados en los oídos del “caudillo” están metidos en graves problemas de triangulaciones y defraudación financieras.
El populismo demagógico de derecha es el que amenaza dividir por mitades o por más la opinión política de los mexicanos. En la cruda realidad se ha comprobado el rechazo absoluto de la sociedad pensante, de los creadores de empleo, de los manifestantes de carne y hueso que se oponen a los afanes despóticos del nuevo regimencito de peluche.
En las elecciones intermedias de junio venidero se verá con claridad hacia dónde queremos ir los mexicanos. Mientras, todo forma parte de una imitación extralógica del miedo del merolico anaranjado por las bartolinas.
Todo forma parte de insultos y agravios al pueblo, que deben reclamarse por la vía de las urnas.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: La polarización política es profunda. Los grupos están en los extremos. No hay diálogo, sino insultos permanentes y dogmatismo excluyente, de chairos y de fifís. La sociedad, en medio de los grupos irreconciliables, expectante, con sus grandes problemas sin resolver. De la polarización no puede esperarse sino el ahondamiento de las diferencias. Necesitamos posiciones políticas con verdadero diálogo y entendimiento, auténtico y civilizado, no centrado en los consabidos improperios y descalificaciones personales, que crea dos países distintos. El país parlanchín, que anuncia siempre cambios inminentes, y el país real, convertido en un gigantesco problema social, cuyos ejes son la inequidad económica y la violencia.
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