Luis Farías Mackey
Dice que “le llaman” La ministra del pueblo, aunque le adjudican muchos otros apelativos más acordes a su realidad, conducta y persona. Pero ella ya se lo creyó y exige aparecer en la boleta, de suyo ilegible, bajo esa denominación.
Dice Jung que los humanos no nos gustamos tal y como somos, y siempre nos soñamos diferentes y, ¡claro!, entre ser Lenia Batres o aparecer como la ministra del pueblo, cualquiera optaría por lo segundo.
Preferible venderse como la ministra del pueblo, que como hermana de Martí Batres, único referente memorable de su persona, además de su video en la vecindad.
La susodicha (respetando su anonimato, no la menciono por su nombre) llegó a la Corte por dedazo presidencial: sin carrera ni mérito jurídico o profesional alguno, en carácter de porra —la percha no la niega— para reventar las sesiones de pleno y de sala.
Todo el aparato de comunicación del Estado hizo de sus dislates noticia y de su ignorancia virtud. Dijera lo que dijera —jamás ha dicho nada recuperable— sus ignorancias fueron propaladas como sabidurías y sus errores como víctimas del clasismo y del racismo.
Fuera de sus capillas y de sus focas reproductoras de sandeces, la señora es una vergüenza nacional y para el derecho.
Las generaciones futuras no podrán entender cómo semejante afrenta y atrocidad pudo ser posible.
Y puede, sin embargo, que los duros del morenismo pasen por arriba de las otras dos impresentables, para que “la ministra del pueblo” presida la miseria de Corte que nos espera. En ello deben de estar todo el presupuesto y burocracia del ISSSTE y seguramente buena parte de la jefatura de asesores de la presidente Sheinbaum.
Y Ojalá y lo logren, de suerte tal que el calvario se acorte y el final de esta noche triste llegue pronto a su fin.
Finalmente, ser ministra del pueblo significaría representar a todos los mexicanos y eso sólo puede ser posible representando a la Constitución como Carta Magna y de navegación, pero la susodicha ha dado muestras múltiples de ser una violadora contumaz y consuetudinaria de la Constitución, además de no haberla leído y, de haberlo hecho, no haber entendido nada.
Preparémonos porque ahora todo será del pueblo, como antes lo fue del bienestar. Que gocen mientras les dure.
Al final, siempre es la historia la que asigna los apelativos para siempre.
Pero sería mucho pedirle a la susodicha que sepa de historia, si de derecho nada sabe.