Luis Farías Mackey
El entorno de toda persona con una afectación conductual se ve alterado por ellas, persona y afectación. Las más de las veces optamos por seguirles la corriente en lugar de lidiar con su trastorno y personalidad. O, al menos, descifrarlos.
A nivel nación nos ha pasado desde hace mucho y nos sigue pasando. Para que el gobierno de Tabasco se liberara de López Obrador y sus interminables reclamos por los pepenadores —creo que eran— le financiaban sus caravanas y plantones en el Zócalo de la Ciudad de México. Ya en él, Camacho, por medio de Ebrard, le pagaban más que bien, para que se los llevara de regreso, de donde pronto retornaría por más.
Ya en el PRD, supongo que lo mismo le pasó al Ingeniero Cárdenas, quien tuvo que ser consecuente con las locuras de Andrés Manuel hasta que lo dejó sin partido. Zedillo ordenó archivar sus expedientes penales por la toma de pozos petroleros y luego, me consta, le limpió de agravios el recurso que impugnaba ante la Sala Superior del TEPJF su falta de residencia para poder ser elegible en la Ciudad de México. Fox, guiado por el neófito de Creel, entabló en su contra el desafuero y luego reculó hasta el nivel de chachalaca, en el que permanece. Y ya que hablamos del ínclito Creel, como senador fue el principal impulsor de la legislación electoral que restringe la comunicación y la acción políticas que demandaba López Obrador y que abrazó febrilmente en castigo a las televisoras y radiodifusores que no apoyaron su fallida precandidatura frente a Calderón. Éste, con más culpa —“haiga sido como haiga sido”— que inteligencia, devastó más al PAN que a Andrés Manuel, quien así impuso sus delirios ya sin taxativa alguna. Por cierto, quienes critican su “presidencia legítima” de aquel entonces, no alcanzan a ver que el Consejo Electoral Ciudadano que hoy pretenden erigir es vástago directo de aquel desvarío.
Llegamos finalmente a Peña que trabajó y financió la candidatura de Andrés Manuel desde el primer día de su gobierno. El pacto de impunidad no requiere mayor comentario. La tomada de pelo a Meade y al PRI, y la persecución a Anaya, tampoco.
Y qué decir de nuestros empresarios de concesiones y permisos -otrora Mafia del poder-, de nuestros generales y el cañonazo redivivo, del nuevo lumpen burocrático, de los trasnochados próceres de una idílica lucha guerrillera confundiendo la administración pública con la épica homérica (sí, Marx Arriaga y Taibo XIV), de la ignominia hecha corcholatas, de la abyección melosa y putrefacta llamada 4T.
Hoy atestiguamos unas precampañas adelantadas armadas para rendir a López pleitesías con genuflexiones hasta difuminarse en lealtad y miedo leídos como “la nada”.
Pues bien, toda esa locura reina desde hace casi 5 años en México, cuyas mañaneras no son otra cosa que un instrumento conductista, comunicativo y emocional que esparce su locura con un ventilador de escala nacional. Y hoy su locura nos rodea como el aire y se infiltra en nosotros por los poros, los ojos, el aliento, los oídos y las entrañas.
Ello explica que no pocos quieran competir contra López Obrador en locura, ilegalidad, ocurrencias y destiempos.
Se equivocan. No hay manera de ganarle en locura con locura.
Como tampoco se puede ganar a la prisa con prisa.
Ante la locura, cordura, reza la máxima.
Los estrategas políticos pretenden vencer a López aplicándole categorías de entendimiento que no son las indicadas para descifrarlo y comprenderlo; no sólo porque todas nuestras categorías de entendimiento y modelos de juicio están rebasados por el tiempo y los cambios de época que estamos viviendo, sino porque son propias de un clima de raciocinio, causas, fines e ideas que aquí no operan. Estamos frente a un trastorno metal, no frente a un fenómeno político. Por eso nadie entiende nada y nadie halla sentido y nadie comunica nada más que perplejidad, yo incluido.
Así, querer alcanzarlo en su carrera de ilegalidades, ocurrencias, barbaridades, absurdos y locuras, pretendiendo hacer lo mismo, pero con una mona mejor vestida, y tan solo para no quedarse muy atrás de él, es no haber entendido el problema. Es un sinsentido. Es hacer propia su locura.
Hacerle el juego y hacérselo gordo.