No es ficción, ni tampoco fantasía pero es cierto, los mexicanos somos huérfanos. ¿En qué sitio de este mundo se concibe identidad como la mexicana contemporánea? No tenemos prácticamente nada de que enorgullecernos como nación, desconocemos nuestra historia, nuestras raíces y nuestra identidad pero aún así nos enorgullecemos de ser mexicanos ¿por qué? por una ficción implantada tras décadas de repetida transmisión radiofónica, televisada y literaria generada por los verdaderos dueños de México.
Apreciamos lo mexicano sin darle mayor profundidad, nuestro deseo de pertenencia es profundo pero lo colmamos con estulticia, ¡permitimos se nos indique cual es nuestra identidad! no la buscamos, arropamos lo popular, lo publicitado, lo mercantil y dejamos que otros se encarguen de dictar nuestras lealtades y apegos.
Los mexicanos resguardamos nuestro orgullo en unas estrofas del himno nacional, en un pedazo de tela con tres colores y un escudo que rememora una atávica profecía, en un juramento (que como el bautizo católico infantil ambos carecen del debido razonamiento y madurez para ser aceptados como afiliación de vida), en un equipo de fútbol, en unos cuantos competidores olímpicos, en nuestras concepto de vida (desmadrosa, carnavalera, fatalista y machista), en una religión importada que ha fuerza de sangre y castigo nos impuso un padre putativo rubio, de ojos celestes, piel blanca y en la intima atracción inculcada por la madre España, aquella puta que nos parió y luego uso como mozos de la casa grande, bastardos al servicio de los hijos reconocidos de la península que desde la conquista y aún hoy son nuestros dueños bajo la mirada “abnegada” de ese padre “nuestro Dios”. ¿Qué hay más mexicano que esa relación amor odio con España y los españoles?¿qué más mexicano qué ese amor a Dios, a la virgen morena y a tantos otras imágenes católicas?
Al tiempo olvidamos que nuestro nacimiento no fue exclusivo de sangre española e indígena, el crisol donde el mexicano nació fue colmado de otras “razas”, mezcla de negros, árabes, chinos, turcos, orientales, sajones, nórdicos etc. y desde luego de nativos americanos. Pero seguimos empeñados en mirar a España como esa madre que algún día nos reconocerá bajo la amorosa tutoría de los representantes (sacerdocio) de nuestro padre Dios.
Conozco muchos ejemplos de mexicanos que portan con mucho más orgullo su apellido español y su afiliación católica, que su identidad mexicana, se identifican, admiran, idolatran y aspiran lo español y curiosamente desconocen al igual que muchísimos españoles su precario nivel cultural y menos su identidad cruel, cerril, tosca, primitiva y fanática, basta leer y entender ello, por ejemplo, en la lectura de Arturo Perez-Reverte quien ha retratado magníficamente la idiosincracia pasada y actual de la sociedad española y su animadversión por todo aquello que implique conocimiento.
En eso tenemos lamentablemente mucho en común con España y con los españoles, sin embargo y afortunadamente para muchos de nosotros reconocemos raíces más profundas y extensas, por más que existan quienes se empeñen en buscar la justificación de su palidez tegumentaria y mutaciones de color del iris en una rama genealógica situada en algún rincón de Asturias, nuestra identidad se haya en lo mejor y peor de esas otras culturas olvidadas.
Para la mayoría nuestra identidad, al menos a mi entender, es hoy día más un producto publirelacionista que la escénica de esas otras culturas. Mexicanos que ambicionan el sueño americano, que se sienten españoles pero que discriminan lo vernáculo, que viven inmersos en el consumismo que genera explotación, racismo y violencia hacia grupos indígenas incluso el arrebato de sus tierras ancestrales, y que también afecta hoy día a sectores como la clase media que se extingue.
Y claro estos “mexicanos” orgullosos de su nación hacen oídos sordos hacia reclamos sociales por que se consideran parte de una comunidad privilegiada, una comunidad española, una comunidad más “civilizada y progresista”. Desdeñan el modo de vida nativo, costumbres ancestrales, cultos paganos y fenotipos autóctonos por considerarlos primitivos, atrasados, solo materia de estudio arqueológico y sociológico para posterior comparación y justificación de avances tecnológicos y sociales enarbolados por este nuevo culto a lo moderno, lo inmediato, lo superficial, lo frívolo…
Ejemplos de decadencia social en la historia hay bastantes, pero los mexicanos nos hemos ganado una buena reputación de desmemoria inmediata, ya no se diga rememorar entornos decadentes de sociedades ancestrales y distantes, participamos hoy de una decadencia social profunda, nuestra identidad se perdió en la conquista y no la hemos recuperado, somos hijos de muchos padres pero deseamos reconocernos como bastardos del patrón.
-Victor Roccas